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si es amor que sea de cine

Comentario con definición incluida

UN LARGO TIEMPO ESTOS MESES EN QUE SÍ QUE HE VISTO MUCHO CINE

Francisco Garzón Céspedes

 

Desde los seis años de edad veo cine cada semana. El cine es una pasión y un disfrute. Un aprendizaje. Y una constatación. Y tanto que no anoto. Veo más de una película a la semana, unas, otras, de muy diversos géneros y procedencias, de muy diversas características. A lo largo de mi existencia durante muchas semanas he visto seis películas en siete días. Así que desde Diciembre del 2013, en que pude escribir antes de ahora en este blog, he visto una gran cantidad de películas. Cierto, no a todas les presto la misma atención con aquello de que en la actualidad pueden verse en casa y no solo en la programación televisiva o, desde luego, en el cine. En estos meses me ha sido evidente del todo que no puedo escribir en este espacio con la meticulosidad que escribía. Así que tengo que reflexionar que haré a partir de hoy (mucho agradezco las más de 10,000 vistas cuando ni siquiera he podido escribir con constancia por el exceso de trabajo). Por lo pronto recomendar tres grandes películas, aunque alguna o algunas de las tres no tengan tanto como centro el amor de la pareja (por lo de "si es amor que sea de cine). Por cierto, las he visto gracias a la Biblioteca de  mi zona (ah, las bibliotecas, esas maravillas): El castillo de arena (Japón, 1974), Red Road (Reino Unido, 2006), La suerte de Emma (Alemania, 2006), difundidas y premiadas sus datos pueden consultarse en la Red: yo lo que deseo es subrayar a quienes les interesen los sentimientos, sus complejidades y honduras, sus dimensiones inconmensurables, que no hay que perdérselas. En Red Road una Kate Dickie que ojalá haya llegado al cine para quedarse. Y en La suerte de Emma, el regreso de los dos personajes a la casa después de..., la entrada por la puerta de esa mujer y de ese hombre, uno de los momentos más hermosos del amor en el cine. El amor es el temblor que reinaugura la infinitud.

EL AMOR ENTRE NOSOTROS: HUMANOS NO IDEALES

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)
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El surgimiento del amor entre personas de distintos países, como sabemos generalizadamente, es posible. Y debería ser deseable. En el otro extremo, el que la construcción del amor entre seres humanos de diferentes idiosincrasias es casi un imposible en armonía. Y la armonía es esencial para la cuota de felicidad alcanzable por instantes. Un derecho y casi un deber tan necesarios: la felicidad, el ser felices. A veces pienso con fuerza que sólo habría que vivir permanentemente en el propio país (por más que en el tiempo tanto se llegue a amar ese otro país en el que se habita). Que sólo habría que amar a una persona de nuestra misma idiosincrasia. Que los complejos procesos de vivir y de amar en otro país pueden resultar demasiados laberínticos e inarmónicos, demasiado dolorosos, demasiados desgarradores, y todo esto demasiadas y continuas veces. Y, sin embargo, concluya lo que concluya, conclúyase lo que conclúyase, todo lo señalado seguirá ocurriendo, y así será para siempre y algunas veces será hermoso y mejorará el amor en todo el planeta. En lo que a mí respecta no sólo he tenido suerte sino que he puesto todos mis empeños. Grandiosos el experimentado Sergio Castellito y la novísima Tai Ling en La estrella ausente[1] (2006), historia sobre la diferencia de cultura y sus desencuentros y entretelones, y también sobre sus encuentros; y, tanto, historia acerca de un hombre bueno, amoroso de su trabajo y empecinado en cuanto a accionar en conciencia enfrentando dificultades tras dificultades. No obstante ser ejemplar lo narrado en cuanto a un ser humano justo ejemplar (que no perfecto), la credibilidad se reciente por prejuicios o subestimaciones respecto al Oriente (y a más) como en la escena que cuenta lo que ocurre finalmente con la pieza perfeccionada llevada por el ingeniero italiano Vincenzo hasta una fábrica de la remota China adonde ha ido a parar el alto horno adquirido por unos ejecutivos chinos en Italia (ese fragmento debió finalizar con el obrero chino yendo en bicicleta hacia la fábrica con el maletín hasta entonces del ingeniero, y dentro…). Una lástima porque la película como totalidad y en mucho es de lo excepcional a todos los niveles. Y porque deviene un testimonio de vivencias, de costumbres, de procesos, de modos de ser. Considero que más que narrar un viaje de redención –como se ha afirmado–, narra un viaje por pasión en relación al trabajo y a la investigación, al perfeccionamiento técnico, uno por compromiso y por conciencia, y de allí que no se cuente que el personaje pretende redimirse de esto, eso o aquello. Sólo que este ángulo de visión podría requerir miradas de idéntica capacidad de compromiso en cuanto al quehacer. El punto culminante, el llanto de Vincenzo (magistral Sergio Castellito, como en otras películas, no olvidar la potente y conmovedora No te muevas /2004/ que dirigió y actuó –y donde está inigualable Penélope Cruz–), no considero que es de redención sino de comprensión, de conciencia del otro, y de autocrítica, así como de temor por haber perdido el posible amor en sus preámbulos mismos. El amor entre nosotros: humanos no ideales es una carrera de obstáculos visibles e invisibles, que no define otra meta que no sea el propio empecinado correr de cada quien de la pareja en paralelos que buscan convergencias y van sumándolas con hechos y testimonios de la propia vida tanto sumada como restada, dividida, multiplicada.
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[1] La estrella ausente (La stella che non c’è, Italia, 2006, coproducción Italia-Francia-Suiza-Singapur, drama /melodrama/, color, 103 minutos). Director: Gianni Amelio. Guión: Gianni Amelio, Umberto Contarello (sobre novela de Ermanno Rea). Con: Sergio Castellito, Tai Ling. Fotografía: Luca Bigazzi. Música: Franco Piersanti. Con nominaciones y varios premios, entre otros Festivales, en Venecia.






EL AMOR ES UN ROMPECABEZAAS

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

En los últimos años he ido reservando sin verlos los DVD de películas que sé duras. Ahora de pronto he visto en un mismo día dos filmes para mí inéditos, los premiados y muy nominados: Lunas de hiel[1] (Bitter Moon en el original) y Happy Together[2] (Felices juntos, sería en castellano); toda una proeza visionarlos tan próximos porque, en efecto como proclaman los ecos desde sus estrenos, han resultado historias desoladoras. Una la he visto en un descanso del mediodía (había comenzado a trabajar muy temprano) y otra ya tarde en la noche. No podría afirmar que son películas sobre el amor tal y como yo he terminado por entenderlo, pero desde luego son filmes, como es conocido, sobre las relaciones de parejas (heterosexuales las de Lunas…; homosexual la de Happy…), el enamoramiento y el deseo, la pasión y el desamor. Nada más y nada menos que sus directores: los famosos Roman Polanski (a quien fílmicamente conozco desde hace décadas y a quien admiro, y definitivamente no admiro porque me es imposible obviar…) y Wong Kar Wai (cuya filmografía desconozco, pero que buscaré en el futuro próximo), y los resultados en mi criterio: casi obras cumbres, en especial Happy Togheter. Películas para ver a solas, y en ningún caso para propiciar que las vea la propia pareja si puede evitarse. “¿Cómo se puede escribir algo así?”, dirán unos cuantos. “Experiencia de vida.”, responderé cuando me lo expresen. Las historias tan escabrosas como éstas, si hay que verlas por formación o por profesión o por cualquier otra razón válida, mejor a solas, y no recomendarlas en absoluto a la pareja en amor. En general no cuento argumentos (y obvio que no revelo desenlaces), por lo que me limito a afirmar que en los dos casos se trata de historias de ni contigo ni sin ti (razón también por las que las uno en un mismo comentario). Historias por tanto desgraciadas, y una desgracia cada una en sí para sus protagonistas. Y por supuesto, cómo no, aprovecho este espacio y vuelvo a condenar los círculos viciosos en las relaciones. Porque de eso se trata aquí, en este espacio de la Red, de hablar de las relaciones humanas, de las más significativas. Happy Togheter culmina haciendo una concesión malabarística a la esperanza, pero no hay que engañarse con el final de Lunas… donde si se tratara de la vida real no habría modo de remontar con calidad la relación, ésa que parece sobrevivir, que no quedar viva. Un trabajo impecable, insuperable el de los actores chinos (descomunal el desaparecido por suicidio Leslie Cheung, recordarlo en Adiós a mi concubina, entre más); y un trabajo de excelencias el de Peter Coyote y Emmanuelle Segnier, y (con menos apariciones) el de Kristin Scott Thomas, que no el de Hugh Grant haciendo otra vez de sí mismo cuando él es… voy a abstenerme de calificar (en recuerdo de lo mucho que me gustan algunas de las películas en que participa: Cuatro bodas y un funeral y Notting Hill –no pretendo ser exquisito–, por ejemplo). Pero si bien se trata de grandes trabajos de Coyote y Segnier (qué actores con presencias cinematográficas tan desagradables, tanto que me es imposible no referir esto), la única del todo grande en ese reparto es la Scott Thomas. Happy Together tiene componentes de solidaridad que conmueven, mientras que Lunas… es la antología de la deformación y degradación humanas. Y es que Lunas… se ocupa de la degradación en la relación de la pareja, que no del amor. Lunas… es la metáfora y el testimonio de que todo el mal regresa a completar su círculo infinito de nunca acabar. Y uno de sus mensajes, o de las conclusiones posibles desde cada quien, es que no hay que descender las pendientes de los abismos. Porque no pueden subirse. Son pendientes con un único sentido que se dirige inexorablemente hacia cavernas de lo más oscuro. Hay que descontaminar las relaciones amorosas de las deformaciones que el insuficiente, complejo y en mucho aún retorcido desarrollo humano va dejando dentro casi de cada ser. De eso trata Lunas de hiel, de maldad y de contaminación desintegradora, unas que repugnan y entenebrecen como la película. En cuanto al amor: El amor es un rompecabezas que sólo arma y desarma el amor.

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[1] Lunas de hiel (Bitter Moon, Francia, 1992, color, 139 minutos). Director: Roman Polanski. Guionistas: Gérard Brach, Roman Polanski, John Brownjohn sobre novela de Pascal Bruckner. Con: Peter Coyote, Emmanuelle Seigner, Hugh Grant, Kristin Scott Thomas, en los papeles principales; y con Victor Banerjee, Sophie Patel, Patrick Albenque… Fotografía: Tonino Delli Colli. Música: Vangelis. Drama erótico: Película de culto.

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[2] Happy Togheter (Cheun gwong tsa sit / Felices juntos, Hong Kong, 1997, 98 minutos) Director y guionista: Wong Kar-Wai. Con: Leslie Cheung, Tony Leung Chiu Wai, Chang Chen. Fotografía: Christopher Doyle. Música: Danny Chung. Amor, drama homosexual: Película de culto. Premio al Mejor Director: Cannes 1997.

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EL AMOR NO ES UN HUECO

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)
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“¿Quién es uno para juzgar?” es una de esas frases que unos días puedo aceptar y, otros días, no. “¿Quién?” Un ser humano. ¿Y si no se trata de juzgar? ¿O si no se trata sólo de juzgar? De juzgar, que implica dictar una u otra sentencia. Si lo que se hace, si lo que procede, es valorar y opinar, sin ser el otro y sin haber casi siempre estado físicamente allí. Y si se trata de partir de normas éticas, de conductas en correspondencia con lo mejor de la condición humana, al examinar, evaluar, considerar, concluir, desde el que uno es y desea ser. Me referiré a una película de un director (y actor, escritor, músico, puede que genio) que dejó de gustarme, al que no he podido no juzgar. Un juicio que permanece (lo que es otro tema). Me referiré a un aspecto, sobre todo, de Vicky Cristina Barcelona(1), una película que, por cierto, no me pareció lograda –como tampoco a la mayoría de los espectadores–. Antes, llamar la atención sobre que Penélope Cruz –que en más de una ocasión ha sido una gran actriz en filmes donde me ha deslumbrado como aquel italiano...– se devoró con su caracterización a las otras dos actrices principales y, de paso, a todos los actores, incluido el Javier Bardem de esta historia –gran actor en otras–. En Vicky Cristina Barcelona, en términos de relaciones de pareja, el “ni contigo ni sin ti” de los personajes de los dos pintores –que no son los protagonistas–, caracterizados por Javier y Penélope, más allá de lo desaconsejable y destructivo de su círculo vicioso en términos de relación de pareja; el “ni contigo ni sin ti” tiene una cuota determinante de conmovedora solidaridad y de conmovedora comunicación. Y para detectar esa humanidad, para añadir o considerar ese lente y lo que extrapolado condena –triunfo de lo bueno que pareciera queda de lo genial–, habría que ver la película. El amor no es un hueco sin contornos.
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(1). Vicky Cristina Barcelona (EE.UU., 2008, 96 minutos, color). Director y guionista: Woody Allen. Con: Scarlett Johansson, Rebecca Hall, Penélope Cruz, Javier Bardem. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Diversos premios, para Penélope Cruz, como actriz de reparto: Oscar, Goya, BAFTA, Asociación de Críticos de Los Ángeles.
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SI SE AMA LOS CELOS DEBEN ESTAR SOMETIDOS A LA RAZÓN Y NO A LA VISCERALIDAD

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Elegí ver Blues harp[1] (armónica de blues) porque, entre varias razones, era una película de yakuzas, más bien por ser un thriller, y uno japonés, también de modo determinante por tratarse de una versión original subtitulada en castellano: Resultó ser mucho más.

No conocía (o cuando menos no reconociblemente) algo del director, Takashi Miike (de profusa filmografía y muy controvertido, una de sus creaciones Premio del Público Sitges 2010), que realizó Blues harp en 1997 (está catalogada como de 1998). Tengo especial predilección por el cine de gansgters japonés después del norteamericano al que muchas veces no tiene algo que envidiar o sobrepasa por sus fuertes implicaciones sociales. Desde luego una filmografía mejor en este género que la de casi todos los otros países y comparable en niveles, por ejemplo, a la francesa, aunque por supuesto muy diferente a todas las similares de Occidente.

Relato con frecuencia que en los años sesenta, durante mi adolescencia, en Camagüey, el cine teatro Principal (hoy el teatro de la ciudad) exhibió durante una semana una selección de filmes japoneses de gangsters, de sobresaliente calidad, y que tuvo el atractivo para mí de que, no teniendo dinero para ir (escapándome de las clases nocturnas probablemente secundarias) cada noche al patio de butacas, subí por primera vez a la galería, un tercer piso empinadísimo y del que se contaban todo tipo de historias por la ciudad (y que yo encontré sólo emocionante porque si resbalabas, dado el pronunciado declive, podías terminar incrustado en alguna butaca de la platea; lo que constituyó una cierta decepción).

Desde ese ciclo el cine japonés, cinematografía que puede que ya conociera por películas de samuráis, por algunos de los grandes clásicos, ha sido uno que me ha atraído de manera poderosa. Ya de antes recordaba actrices del cine japonés en el cine norteamericano o en el inglés; como Machiko Kyo por la publicidad de La casa de té de la Luna de Agosto[2] (EE.UU., 1956) y, con anterioridad, de ese monumento cinematográfico que es Rashomon[3] (Japón, 1950) donde se muestra poderosa, y que nacida en 1924 pareciera hoy, en este 2011, aún sigue activa teatralmente o hasta no hace demasiado; y la encantadora Yoko Tani (de ascendencia japonesa y en realidad nacida en Francia: París, 1928/1999) de El viento no sabe leer[4] (Gran Bretaña, 1958).

Después de ver Blues harp, buscando, he encontrado en film affinity: “Género: Drama. Thriller. / Crimen. Yakuza & Triada.” “Sinopsis: Un ambicioso yakuza llamado Kenji que ha recibido una paliza por parte de un grupo mafioso rival, es ayudado por Chuji, un joven camarero de un bar musical, que despista a sus perseguidores, le cura las heridas y lo esconde en su casa. Pese a que Chuji también se dedica a vender la droga que los enemigos de Kenji le suministran, nacerá entre ambos un fuerte vínculo y Kenji sentirá por él algo más que amistad.” En verdad se trata sólo de la sipnosis del comienzo de la película, y no menciona al personaje de la muchacha, Tokiko (con un trabajo muy convicente de Saori Sekino), que es quien de hecho cura a Kenji (un imponderable Seiichi Tanabe, no extraña que sea un actor premiado dentro de su país), y que se convierte, ella, en la pareja de Chuji (espléndido Hiroyuki Ikeuchi), historia de amor, algo a trompicones, que permite a éste encontrar su lugar en el mundo. No es la única historia relacionada con el amor o con la pasión o con el sexo o con todo a la vez de este film que está lleno de sub-tramas. Los sentimientos de Kenji hacia Chuji, unos que lo llevan a arriesgarlo todo, por ejemplo, recorren la película. Soterrados, transgrediendo los propios límites de Kenji. Desconcertando a Chuji, inquietándolo. Del mismo modo que Kenji transgrede otros límites, quizás menos conscientes, al acostarse con la amante de su jefe, del mafioso Hanamura, en búsqueda de quedarse con su organización criminal. De las mejores escenas de la película, y lo excelso es numeroso, ésa del baño en que Kenji se lava ferozmente los dientes y se ducha con igual ferocidad para quitarse de encima las huellas de la bellísima mujer (lástima no poder precisar el nombre de la actriz) con la que acaba de hacer el acto sexual, momento que la mujer presencia al entrar en el baño porque sangra al menstruar. De lo mejor también las varias escenas musicales, y la música de la armónica. Los ritmos cinematográficos. Las actuaciones todas.

He elegido Blues harp en especial para referirme a los celos en las relaciones humanas. Los celos de un personaje secundario que hace de guardaespaldas de Kenji (quizás su hermano, de tortuosos sentimientos no del todo definidos) son el resorte trágico que convertiría a la historia en trágica si el personaje principal fuera el yakuza de baja escala y no el camarero devenido en músico. Porque la historia dentro de lo dramático es un melodrama dado que el género lo define el personaje principal: Chuji, y éste tiene una salida final en positivo. Los celos son de los sentimientos humanos más negativos, han marcado la historia del desarrollo humano, tienen desde siempre una presencia extraordinaria en lo íntimo, en lo personal, en lo social, en lo público. Y si bien es casi imposible, o absolutamente imposible hasta la actualidad, no sentirlos si se ama, deben estar sometidos a la razón y no a la visceralidad, férreamente controlados desde una conciencia solidaria que priorice al otro de la pareja y que no impida las armonías más bienhechoras. El amor no es definición de canes amaestrados.

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[1] Blues harp (Japón, 1998, 107 minutos, color). Director: Takashi Miike. Guionista: Toshihiko Matsuo, Toshiyuki Morioka. Protagonista: Hiroyuki Ikeuchi. Coprotagonista: Seiichi Tanabe (la mejor actuación de la película). Destaca: Saori Sekino. Fotografía: Hideo Yamamoto. Música: Atsushi Okuno (que también aparece en la película).

[2] La casa de té de la Luna de Agosto (The Teahouse of the August Moon, EE.UU., Metro Goldwyn Mayer, 1956, 123 minutos, color). Director: Daniel Mann. Guionista: John Patrick (de su obra teatral). Protagonistas: Marlon Brando, Glenn Ford, Machiko Kyo. Fotografía: John Alton. Música: Saul Chaplin.

[3] Rashomon (Japón, 1950, 83 minutos, blanco y negro). Director: Akira Kurosawa. Guionistas: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto. Protagonistas: Toshiro Mifune, Masayuki Mori, Machiko Kyo. Fotografía: Kazuo Miyagawa. Música: Fumio Hayasaka. Oscar a la mejor película de habla no inglesa 1951, León de Oro de Venecia, 1951, entre más. Obra maestra. Película de culto.

[4] El viento no sabe leer (The Wind Cannon Read, Reino Unido, Rank Organisation, 1958, 115 minutos, color). Director: Rhalp Thomas. Guionista: Richard Mason (de su novela). Protagonistas: Dirk Bogarde, Yoko Tani. Fotografía: Ernest Steward. Música: Angelo Francesco Lavagnino.

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SI SE VAN A DESTROZAR LOS SENTIMIENTOS: FRENTE A FRENTE

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)
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Puedo disculpar casi todo en una película si la credibilidad de algunas escenas me las hace parecer reales, e igual en algunas actrices y en algunos actores, y por eso me gustan varias de las presencias de Meg Ryan en esas comedias románticas (verlas en versión original subtitulada) que tanto ha protagonizado. Y es que Meg Ryan me parece verdadera incluso, cuando en ésas o aquellas escenas en aras del humor, caricaturiza. Y, desde luego, es una actriz que, en esos contextos, me ha emocionado en una determinada cantidad de ocasiones. Otra cosa son sus parejas cinematográficas en dichas comedias –historias unas más desafortunadas que otras como, por ejemplo, justo: Tienes un email[1] o French Kiss[2]; de preferir alguna me quedaría con Algo para recordar[3], también por la cuota de nostalgia en relación a Tú y yo / (y la primera nombrada en castellano:) Algo para recordar[4]–; parejas que van de las excelencias y la creencia de Tom Hanks a la falsedad de Kevin Kline (he de reconocerlo: nunca me ha gustado este actor, entre más porque rechazo su fisonomía, las expresiones de su rostro). Por otra parte tengo una imagen idealizada (con la que las malas experiencias de décadas no han podido quizás porque poseo amor con mayúsculas adentro y en…) del amor de la pareja desde la adolescencia, quizás desde antes (pero como he olvidado buena parte de mi infancia no me atrevo a afirmarlo del todo, aunque sí sé que fue a la que más reiteradamente tuve acceso en la niñez tanto desde el cine como desde algunas lecturas), y esa imagen conecta si no con mucho del contenido de las tramas, ni con sus significaciones, sí con los finales “felices” de estos filmes (que me reconfortan y reafirman en lo emocional por más que en lo racional...). No estoy seguro que se deba recomendar el posible suplicio de toda una mala película por una escena (o por las presencias de una actriz que proyecta sinceridad), pero hay escenas de tal credibilidad, actores de tal calidad, que no sólo son ciertos sino que nos traen extrapolaciones o reflexiones que nos sorprenden con gran intensidad. En French Kiss, el tan creíble Timothy Hutton, que hace el personaje del prometido de la joven que caracteriza Meg Ryan, la llama por teléfono borracho desde París para decirle que, lo siente, se ha enamorado y experimenta el amor por primera vez, y que no regresa a Canadá donde residen. Timothy Hutton está perfecto en sus emociones, en sus giros, y la escena me ha hecho pensar en lo tan terrible de recibir –puede que, según, también de dar– una noticia como ésa, que destruye las ilusiones de la otra parte de una relación, a distancia y por un medio tan incomunicador como el teléfono, y desde el que lo demoledor se agiganta. Nunca he hecho una cosa así, tengo demasiado sentido de la responsabilidad, demasiada conciencia de la otra parte, y si me lo han hecho –que no lo recuerdo– seguro que no lo recuerdo porque me cogió perfectamente parapetado tras mi sistema de defensa –que, lo admito, incluye una coraza encima de otra y de otra– y ya iniciando otra pareja. Hago un llamado, si se van a destrozar los sentimientos (e inevitablemente la razón) de otro ser humano: Tener la humanidad de elegir el mejor momento, de crear la circunstancia en la que menos dolor se pueda causar, de pensar solidariamente los términos, y de hacerlo en persona, frente a frente, y reconociendo primero todo lo bueno, valorándolo y elogiándolo. También porque: El amor es un juego de ajedrez, donde cada cual resulta personaje de la nobleza y peón.
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[1] Tienes un email (You’ve Got Mail, EE.UU., Warnes Bross, 1998, 119 minutos, color). Dirección: Nora Ephron. Guión: Nora y Delia Ephron. Protagonistas: Meg Ryan, Tom Hanks. Con: Greg Kinnear, Parker Posey. Fotografía: John Lindley. Música: George Fenton. En España puede conseguirse en DVD.
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[2] Beso francés (French Kiss, Reino Unido / EE.UU., 20th Century Fox, 1995, 111 minutos, color). Dirección: Lawrence Kasdan. Guión: Adam Brooks. Protagonistas: Meg Ryan, Kevin Kline. Con: Timothy Hutton y Jean Reno. Fotografía: Owen Roizman. Música: James Newton Howard. En España puede conseguirse en DVD.
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[3] Algo para recordar (Sleepless in Seattle, EE.UU., Tri-Star Pictures, 1993, 101 minutos, color). Dirección: Nora Ephron. Guión: Jeff Arch, Nora Ephron, David S. Ward (sobre una historia de Jeff Arch). Protagonistas: Meg Ryan, Tom Hanks. Con: Bill Pullman, Rosie O’Donnell. Fotografía: Sven Nykvist. Música: Marc Shaiman. En 1993: Dos nominaciones al Oscar, tres a los Globos de Oro (incluidas mejor actor y actriz de comedia) y dos al BAFTA. En España puede conseguirse en DVD.
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[4] Algo para recordar (An Affair to Remember, EE.UU., 20th Century Fox, 1957, 115 minutos, color). Director: Leo McCarey, que realizó este remake de su Tú y yo, 1939, entonces con Irenne Dunne, Charles Boyer. Guión: Delmer Daves, Leo McCarey. Protagonistas: Deborah Kerr, Cary Grant. Destacan además: Cathleen Nesbitt, Richard Denning. Nominaciones, Oscar: 4. Otra película a la que, sin dejar de enjuiciar buena parte de sus valores, sigo volviendo a ver. En España puede conseguirse en DVD.
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LEALTAD HACIA LA OTRA PARTE DE LA PAREJA

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Me sería muy largo explicar a fondo por qué conozco las películas protagonizadas por Jean Claude Van Damme, como por otros de su especialidad, desde aproximadamente los años ochenta o quizás desde fines de los setenta. Y un número considerable. No ha tenido que ver con un gusto por este tipo de filmes o de actor de la acción por la acción –esto último todavía menos–. En absoluto. Sino, por ejemplo: Con mi hábito en el pasado de ir al cine con frecuencia, de modo sistemático. Ya he contado que desde mi infancia asistía varias veces a la semana. También ha tenido que ver con la accesibilidad económica de las entradas, una por etapas a mi alcance adquisitivo. Con ciudades peligrosas y la programación tan “comercial” de las salas cinematográficas ubicadas en zonas seguras como calles peatonales y/o muy céntricas o en centros comerciales. Con mi tanta necesidad de hacer tiempo entre uno y otro compromiso de trabajo en urbes inmensas y de complicada transportación. Con que en determinadas circunstancias prefiero ver cine bueno, si se puede, y malo, si es el único posible, antes que seguir dándole vueltas en la cabeza a problemas cuya solución no depende de mí. Con que el cine –cada vez en menor grado– de suspense –sobre todo–, o el que se le aproxime, y las novelas policiacas –cada vez en mayor– son casi los dos únicos que me hacen desconectar teniendo en cuenta que, entre otras profesiones –y responsabilidades–, soy escritor y periodista, y, por tanto, por necesidad un ser muy informado, pensante, analizador, reflexivo. Así que como he visto una considerable cantidad de películas de Van Damme a lo largo de unos treinta años puedo decir que en relación a su carrera Assassination Games[1] es otra cosa y muy superior. Lamento no conocer su tan alabada JCVD (obvio que son sus siglas) del que la crítica ha llegado a escribir en Fotogramas “Este juguete posmoderno y crepuscular que es JCVD conquista a todo tipo de público, eleva a Van Damme a la galería de ídolos caídos capaces de reinventarse, y es justo film de culto automático”.

Recomiendo sin dudarlo Assassination Games (rodada en Bucarest, Rumanía, lo que le añade atractivo, por ejemplo visual, para un espectador occidental) por varias razones cinematográficas y, también la recomiendo en lo que a este espacio corresponde, por las dos historias de hombre y de mujer, la de los dos asesinos y, en el caso del personaje que caracteriza Van Damme, la prostituta, y en el del que caracteriza Scott Adkins, su esposa (por cierto interpretada por la hija de Jean Claude, la bellísima –y de certeras presencias en pantalla– Blanca Van Varenbeg). Y antes de seguir señalaré que en este filme Van Damme actúa, además de que físicamente da la talla de su personaje y acciones, que Adkins –más joven y muy eficaz en las escenas de acción, y tanto en las de artes marciales, sostiene su personaje– y que me impresionó Marija Karan en el papel de la mujer maltrada de la calle y no sólo por su deslumbrante físico sino por sus matices emocionales.

Las razones cinematográficas para recomendar la película, además del alto nivel general de actuación, y de ver a otro Van Damme, van desde los tantos momentos de excepción de la fotografía, de sus extraordinarios encuadres, desde el manejo del color que, si bien no original en sus sepias, cercanos al cine en blanco y negro de las primeras películas policiacas, si es efectivo en su creación continuada de las atmósferas, hasta la estructura de este thriller que, si bien no original en su argumento, si tiene un guión suficientemente sólido, de expectación sostenida y en ascenso, y está concebido con elegancia más allá de alguna nota en falso o de algún exceso en su inclusión de la violencia inherente a la trama misma.

En cuanto a las historias de pareja, el auténtico interés de Assassination Games radica en que al final de la película cada personaje, cada asesino a sueldo –pudiera ser que en aras reales de redimirse–, tiene lo que ganó con su lealtad hacia la otra parte de la pareja o de la posible pareja. El personaje que ha sido congruente y consistente en amor tiene su amor y a su amor. Y el que no, tiene su conciencia de culpa. Y su, es probable, desolación. El amor es tanto aroma como tanta lealtad.

 

[1] Assassination Games (EE.UU, Motion Picture Corporation of America (MPCA) / Mediapro Studios, 2011, 100 minutos, color). Dirección: Ernie Barbarash. Guión: Aaron Rahsaan Thomas. Protagonistas: Jean Claude Van Damme, Scott Adkins. Destacan: Marija Karan, Blanca Van Varenbeg, Kevin Chapman. Interviene otro hijo de Van Damme: Kristopher Van Varenberg, que tiene fuerza y resonancias. Fotografía: Phil Parmet. Música: Neal Acree. Atención en el filme a algunas frases de indiscutible lucidez o ingenio dichas por el personaje de Van Damme.

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COMPROMISO EN EL EXISTIR Y EN EL AMAR

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

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Cadena de favores[1] no es, cinematográficamente, no es en términos artísticos una magnífica película –y tras su estreno la crítica especializada se encargó de consignarlo–, pero sí lo resulta por su temática, por su propuesta, por su mensaje que algún bien seguro ha hecho y que algún bien seguirá haciendo por el mundo. Esto aunque, entre más a señalarle en contra, se excede en ese manejo fílmico norteamericano de la emotividad que tan eficaz resulta con el gran público desde sus, por ejemplo, melodramas, tragicomedias e incluso comedias de cine, pero que, en este caso, resta fuerza, por ejemplo en su conclusión, a la propuesta ética –iniciada desde un niño motivado por su profesor de Sociales que propone a la clase: “Piensa algo para cambiar el mundo y ponlo en práctica: ¡Acción!”– de que cada quien emprenda tres campañas de cambio en relación a otros seres humanos, y por tanto al planeta, a otros que deberán superarse a sí, transformarse, para que esos tres a su vez emprendan cada uno otras tres campañas… No devolver favores, sino iniciarlos. Y sí, entre muchísimo más, Cadena de favores incluye una historia de amor que me permite una vez más reafirmarme en mi criterio de que la belleza física no es lo esencial para la pareja, sino, de inicio, el atractivo de la personalidad y de “la química”, de la esencia toda que viene desde un poblado paisaje interior; y, luego, la comunicación, la decisión de construir conjuntamente una relación, y –de esto no he escrito aún–: la inclusión de una segunda oportunidad para el otro –algo casi siempre necesario para continuar construyendo, y para permanecer, para poder perdurar en el compromiso de dos seres humanos, para que no se interrumpa y prosiga con calidad–. “Compromiso”, palabra altamente significativa en el existir y tanto en el amar. La inclusión de una segunda oportunidad desde el amor y la comprensión, desde la creencia y desde la implicación en el mejoramiento del otro desde sí y desde el mejoramiento de uno mismo. El amor es la excelsitud de la comprensión: el espacio de sus encuentros y de sus reencuentros.


[1] Cadena de favores (Pay It Forward, EE.UU., 2000, Warner Bros Pictures y otras, 122 minutos, color). Dirección: Mimi Leder. Guión: Leslie Dixon (sobre la novela de Catherine Ryan Hyde). Actores: Kevin Spacey, Helen Hunt, Haley Joel Osment, Jay Mohr, James Caviezel (Jim Caviezel), Jon Bon Jovi, Angie Dickinson. Fotografía: Oliver Stapleton. Música: Thomas Newman. Una anécdota: Se señala que en la novela el personaje del profesor caracterizado por Kevin Spacey es de raza negra, lo que provocó una polémica desde el colectivo afroamericano. Actuaciones sobresalientes, las de: Haley Joel Osment y Angie Dickinson. Y –tendría que ver nuevamente la película– puede que la de Caviezel que roza lo caricaturesco.
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