EL DESPRENDIMIENTO DE REGALAR AL AMOR LO MÁS PRECIADO
Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)
Todo regalo, toda dádiva puede tener mérito, dependerá en mucho su significación más amorosa de las intenciones al regalar. Cuando regala quien tiene, el regalar puede ser meritorio, incluso muy meritorio, y si lo es debe ser reconocido y apreciado, quedar en la memoria y retornar al consciente. Pero a mí lo que me parte del todo el corazón y me toca del todo la conciencia es cuando alguien que no tiene regala lo único que tiene, aquello que conserva como preciado, que protege como su tesoro más entrañable, como su más valioso caudal. Da igual si ese tesoro es una estampa sin costo, o es una flor seca guardada durante décadas porque pareció la más hermosa o porque llegó desde los universos de la ternura, o si son las canciones que se han ido reuniendo a lo largo de los años. Da igual lo material, lo económico. Importa el desprendimiento explícito, la indefensión implícita: El amor. El cine ha plasmado, ha testimoniado, este instante supremo del dar. La referencia más próxima que puedo recordar es justo la que me ha llevado a pensar nuevamente en la prodigalidad de quien da por amor lo único que posee: Una escena de una violenta película de aventuras ubicada aproximadamente en el Siglo IX, un auténtico y riguroso clásico cinematográfico del género: Los vikingos[1], y el momento en que el personaje de Eric (Tony Curtis) –aún esclavo- da a la Princesa Morgana (Janeth Leigh) el colgante con la empuñadura de la espada –único objeto que llevaba encima cuando de niño fue capturado–. El amor es un prisma de la entrega.
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