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si es amor que sea de cine

LA DESCONFIANZA ES ARENA MOVEDIZA

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Durante semanas he estructurado en mis pensamientos este comentario relacionado con el cine. Y me ha parecido de significación no dejar de escribirlo porque en mi cabeza ha sido un texto predominantemente acerca de la confianza en las relaciones amorosas de pareja. Cierto que el libro Brainwash (traducido como Lavado de cerebro, la primera de las novelas con el personaje del Inspector Lyle, y calificada por Georges Simenon como “una novela inolvidable”), de John Wainwright (Gran Bretaña, 1921/1995, que afirmaba de modo explícito: “escribo suspense”), y las dos películas, una francesa y una norteamericana, sobre esta historia, tratan de mucho más y su complejidad de visión y mensajes es extensa. Yo me centraré en la confianza y, por ende, en la desconfianza entre dos que se aman.

Hace unos años vi, y luego volví a verla hace poco, Bajo sospecha[1] (Under Suspicion, EE.UU, 2000) sin darme cuenta de que su guión estaba a su vez basado en el de una película francesa que recreaba Brainwash. Lo que de este film me impresionó sobremanera fue la trama, y, dentro del argumento, hasta qué catástrofes humanas puede conducir la falta de confianza entre dos seres que se aman aparejada al desconocimiento real del otro. Desde luego, respecto a lo argumental, no fue lo único que me impresionó, también el enfrentamiento descarnado entre los dos protagonistas (el inspector de la policía Lyle, en este film el Capitán Victor Benezet, y el rico abogado Henry Hearst (sospechoso de ser un asesino en serie de menores –y de seductor de  niñas–), caracterizados por los  portentosos Morgan Freeman y Gene Hackman, en una comisaría de San Juan en el Puerto Rico contemporáneo) y el feroz interrogatorio; el oportunismo y la ambición dentro de la policía (especialmente desde la figura del Detective Felix Owens actuado por Thomas Jane); la inducción de la culpabilidad en un detenido bajo sospecha, el lavado de cerebro y sus consecuencias casi arrasadoras; la capacidad de determinadas niñas –y niños– para la simulación, y para más en negativo, cuando se enamoran y ansían competir; la confirmación de que las apariencias pueden engañar, de que las casualidades, las coincidencias…

Ahora he hallado en el Rastro de Madrid: Arresto preventivo[2] (Garde à vue, Francia, 1981) de la que no tenía noticia. Cuando he comenzado a verla he percibido con sorpresa que era el antecedente cinematográfico de Bajo sospecha y, al terminarla, que era sustancialmente mejor, mucho más sintética y en consecuencia más poderosa, con dos por igual portentosos Lino Ventura (inspector Antoine Gallien) y Michael Serrault (notario Martinaud), y con una impactante Monica Bellucci (la esposa) que, en esta película y en idéntico papel, sobrepasa a Romy Schneider, demasiado inexpresiva, en exceso hierática. La versión francesa es más teatral que la norteamericana que se permite mayor cantidad de locaciones; y que se diferencia también en su final, ambiguo, no cerrado, la primera en una noche de Fin y Nuevo Año, la segunda en una noche de Carnaval. Arresto preventivo, como se señala de otras películas de su director Claude Miller, es un minimalista e hipnótico film de personajes que no se permite los efectismos visuales del norteamericano de Stephen Hopkins.

Una clave fundamental de la historia que entregan estas películas sobre Brainwash está en la confianza, o para ser más específico en la desconfianza dentro de la relación amorosa de pareja, algo que se va revelando de manera paulatina y corrosiva, y que se va mostrando como determinante.

Recomiendo estas dos realizaciones cinematográficas invirtiendo el orden cronológico de filmación, tal y como yo las he conocido. Permitirán valorar o revalorar que:

La confianza es un eje constructor. Y es uno de los ejes vitales para la calidad del amor de una relación de pareja. Requiere de confianza en uno mismo primero, y de creencia en la coherencia y consistencia de la condición humana, en especial de la otra parte. La desconfianza es arena movediza. La confianza es cualidad y creación.

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[1] Bajo sospecha (Under suspicion, EEUU, 2000, Revelations Entertainment / TF1 International, 110 minutos, color). Director: Stephen Hopkins. Guión: W. Peter Iliff y Tom Provost (Remake del guión de Claude Miller, Jean Herman y Michelle Audiare sobre la novela Brainwash de John Wainwright). Con: Gene Hackman, Morgan Freeman, Monica Bellucci, Thomas Jane. Fotografía: Peter Levy. Música: BT. En España puede conseguirse en DVD.
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 [2]  Arresto preventivo (Garde à vue, Francia, 1981, Les Films Ariane / TF1 Films Production, 86 minutos). Director: Claude Miller. Guión: Claude Miller, Jean Herman y Michelle Audiare sobre la novela Brainwash de John Wainwright. Con: Lino Ventura, Michel Serrault, Romy Schneider, Guy Marchand. Fotografía: Bruno Nuytten. Música: Georges Delerue. Obtuvo, en 1982, 4 Premios César: Mejor actor (Michel Serrault), actor de reparto (Guy Marchand), guión y montaje. En España puede conseguirse en DVD.

   

QUIEN ME ACOMPAÑABA ERA EL AMOR

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Creo que he perdido la voz tres veces en mi vida. Y siempre ha sido al terminar de ver una película. El cine ha estado en mi existencia desde la niñez. Mi padre me llevaba una o dos veces cada semana. Era en la provincia, pasaban el estreno y otra película a la que le decían “la de relleno”. No teníamos televisor y el viejo aparato de radio se escuchaba mal. Tampoco es que hubiera demasiado dinero como para ir al cine pero, como era el único gasto extra que mi padre se permitía, esas monedas terminaban por aparecer.

Cuando crecí y pude ir solo, aunque no recuerdo cómo se manifestó ese rechazo, sé que no acepté ir más con mi padre. Ahora que está de viaje, y que no volveré a verlo, se me parte el corazón ante la idea de cómo debió sentirse. Mi padre nunca más fue al cine. Excepto cuando muchos años después, al venir a visitarme él y mi madre a la capital, yo organizaba una ida de los tres a ver algún estreno y los convencía. En aquellas pocas ocasiones me habría gustado sentarme entre los dos. Algo impensable. Y al final optaba por sentarme al lado de mi madre que se ubicaba en el centro.

La primera vez que me quedé sin voz fue al final de la niñez en un cine de Camagüey llamado Casablanca y al culminar la proyección de La diosa[1], con una actriz que nunca había visto (era su primera película, no obstante que ella llevaba años actuando, sobre todo, en el teatro y, también, en la televisión norteamericana). Una actriz, de enorme prestigio entre los críticos, que me impactó tanto como la historia misma: Kim Stanley. Recién he leído que el gran Paddy Chayefsky fue nominado al Oscar por La diosa, la historia arquetípica de una estrella cinematográfica, su fama, los precios a pagar, su trágica vida.

Yo no estaba acompañado, y al salir del cine desistí de comprar un libro porque percibí tanto mi conmoción como que había perdido la voz. Demoré un largo rato en recuperarla en el trayecto del cine a mi casa. No logro imaginar lo que hubiese ocurrido de no saludar a mi madre al llegar. Era muy amorosa. Y muy formal.

No he vuelto a ver La diosa. La he buscado, la he anhelado. Aunque tampoco estoy tan convencido de si no la vi hace años en la televisión mexicana, al menos un fragmento. Tengo recuerdos de escenas tremendas: como las de cuando ella regresa, en apariencia triunfal, a su pequeña ciudad para asistir al funeral de su madre, y todos la acosan como las hienas a los famosos. Y de la sobrecogedora escena que pone fin al argumento. La diosa me hizo reflexionar, quizás por primera vez, sobre los altos costos humanos de la fama. Y esa reflexión habita mi conciencia.

La segunda vez que me quedé sin voz fue en 1983, en Caracas. Invité a un joven pintor venezolano, no caraqueño, y hoy renombrado en París —a pesar de lo cual no consigo recordar su nombre—, a ver Frances[2], y nos acercamos en taxi al cine de un Centro Comercial en una urbanización de las colinas. Kim Stanley en esta película no es la protagonista, sí la segunda en los créditos tras Jessica Lange, que hace el papel de la contestataria actriz Frances Farmer. Las dos actrices en verdad monumentales. Kim Stanley en el papel de la madre dominante y cruel, un ser determinante para los muy trágicos sucesos de la existencia de Frances.

Al salir del cine casi todo el Centro Comercial estaba a oscuras. Todos se marchaban en sus coches. Y no existían taxis visibles. Y sí la evidencia de que no arribarían. Yo intenté hablar, pero la película me había dejado sin voz. Y el pintor parecía estar muy asustado porque ya en los ochenta Caracas era una ciudad peligrosísima. Cuando se dio cuenta de que yo no podía hablar pasó del susto al pánico. Yo por señas le dije que esperara mientras caminábamos hacia una cabina telefónica. Allí tuvimos que aguardar largos minutos a que yo recuperara la voz. Llamé a una base de taxis, y a los varios intentos convencí a un taxista de que viniera hasta la urbanización asegurándole que le pagaría el doble de lo que costara el llevarnos a un lugar seguro. El pintor me hizo responsable de que arriesgáramos la vida, y no me lo perdonó. Porque creo recordar que teníamos proyectos en común entre su pintura y mi poesía, y no volvió a llamarme ni a salirme al teléfono. Y yo no insistí.

La tercera vez que me quedé sin voz fue con la película búlgara El cuerno de cabra[3], ubicada en el Siglo XVIII durante la cruel dominación del Imperio Otomano; una muy incisiva y desgarradora historia de identidad, de amor de pareja y más; pero no me ocurrió cuando la vi en un cine de La Habana a principios de los setenta, sino años más tarde. Estaba acompañado y al final lloraba en silencio. Quise hablar y supe que por tercera vez había perdido la voz. Esta vez quien me acompañaba era el amor. Pensé que se iba a angustiar, mucho. Y, no sé cómo, en esta ocasión encontré de inmediato la voz por medio de un monosílabo. El amor me sacó un monosílabo de las entrañas.

 

 [1] La diosa (The Goddess, EE.UU., 1958). Director: John Cromwell. Guionista: Paddy Chayefsky. Protagonista: Kim Stanley. Coprotagonista: Lloyd Bridges.

[2] Frances (EE.UU., 1982, color). Director: Graeme Clifford. Guionistas: Eric Bergren, Christopher De Vore y Nicholas Kazan. Actores principales: Jessica Lange, Kim Stanley y Sam Shepard. Cuarto de los cinco largometrajes en que la descomunal Kim Stanley intervino.

[3] El cuerno de cabra (Kozijat rog, Bulgaria, 1972, B/N). Director: Metodi Antonov. Guionista: Nikolai Haitov. Actores principales: Katya Paskaleva, Anton Gorchev y Milen Penev. Premio Especial del Jurado del Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary a Metodi Antonov. Al igual que Frances, en España puede conseguirse en DVD.

 

Este comentario pertenece al libro inédito Genial amor de este autor.

  

LOS DÉBILES SON PELIGROSOS PARA LA INTEGRIDAD DEL OTRO

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Suave es la noche (Tender Is the Night) es el título de una de las cinco novelas del escritor norteamericano, portavoz de la llamada “Generación Perdida” asociada a la Primera Guerra Mundial, F. Scott Fitzgerald (1896/1940); de la publicada en cuatro entregas entre enero y abril de 1934 en la Scribner’s Magazine; y de la película(1) de 1962, basada en esta obra literaria, dirigida por el soberbio y cada vez más revalorado Henry King, de hecho la que cierra su filmografía, recién editada en DVD en este 2010 en España.

La novela de Fitzgerald, uno de los más ilustres escritores norteamericanos de todos los tiempos, centrado en expresar el desencanto de los jóvenes de su generación, tiene como inicio un fuerte componente autobiográfico: su mujer Zelda Sayre Fitzgerald, esquizofrénica, fue hospitalizada en un sanatorio en 1932, tal como la joven y rica Nicole, principal personaje femenino de Suave es la noche, obra que tiene como protagonista de ficción al prometedor psicoanalista, y pronto esposo de su paciente, Dick Diver, su plenitud y descenso.

Mas, Suave es la noche no es una película sobre la esquizofrenia, no profundiza en la enfermedad y en sus síntomas y sus consecuencias ni en un método o métodos de tratamiento, y si alguien lo percibe es quien ha convivido con una persona esquizofrénica y se ha visto sorprendido por una de sus crisis y con un cuchillo clavándose en la madera y rozándole el cuello, o ha despertado en medio de la noche porque su mano ha tropezado debajo de la almohada común una afiladísima navaja.

Esta película, incluso, por ser fiel al estilo de Henry King de potenciar un narrador observador, un “observador exterior” consecuente con el modelo del relato clásico de conocimiento omnisciente anterior de los sucesos, y por utilizar la pantalla ancha para encuadres amplios, no aproximativos ni opresivos, algo desaprovecha las grandes dotes actorales de Jennifer Jones, no sólo porque las escenas que muestran los estallidos de esquizofrenia pudieron ser más, sino porque pudieron ser filmadas de modo más explícito en cuanto a las desfiguraciones mímicas (la mímica del rostro) temporales que la enfermedad provoca, y porque pudieron ser más y más violentas, más intensas.

En todo caso, en efecto, el film no es acerca de la esquizofrenia sino sobre el amor de la pareja. Y se centra en lo peligrosos que son los débiles para los fuertes, y en el riesgo para los fuertes de permitir, de permitirse una inversión y de convertirse en un débil. Porque el originariamente débil, por dependiente, suele ser una persona manipuladora, y si obtiene seguridad y poder incluso se suele desinteresar de quien ha venido dependiendo, lo que tantas veces le lleva a ser cruel y/o a prescindir del otro.

Los débiles (no hablo en término sociales, no me refiero a los desposeídos) no son ni racionales ni solidarios (y excepciones siempre habrá), incluso los que de ellos entran en la categoría de buenas personas, desde su debilidad tienden a ponerse primeros a sí mismos.

Los débiles son abanderados de los supuestos privilegios de la fragilidad.

A la par la película se centra, y éste es su otro gran tema, en lo riesgoso para el fuerte, y para la relación de pareja, de ser idealizado de inicio (de hecho el guión lo subraya en más de una escena), porque, entre más, la convivencia termina arrasando con cualquier idealización. Y hasta termina arrasando, de tenerse capacidades, logros, experiencia, trayectoria, con los valores que sí posee el fuerte, el idealizado. Y me permito señalar, colateralmente, que los fuertes no necesitan idealizar para amar a alguien, son los débiles quienes idealizan, entre por tantas razones, para poder justificarse en su dependencia; idealizan, y se justifican así, mientras se fortalecen, acumulan, añaden, se hacen y hacen.

Suave es la noche reúne a cinco grandes actores: Jennifer Jones (1919/2009, con quien la crítica a lo largo de su desempeño cinematográfico no siempre ha sido justa), Joan Fontaine (1917), Jason Robards Jr. (1922/2000; en el protagonista), Tom Ewell (1909/1994) y Paul Lukas (1891/1971), y a una Jill St. John (1940) notable; los tres primeros, ganadores del Oscar por otras películas; el cuarto, ganador del Globo de Oro (por La tentación vive arriba, con Marilyn Monroe); y el quinto, también ganador de un Oscar (el húngaro nacionalizado norteamericano, Lukas, lo obtuvo por Alarma en el Rhin, con Bette Davis). Y los reúne a un altísimo nivel en la caracterización, acciones e interrelaciones de los personajes, al punto de que dos actores que no son de mis preferidos, como Robards Jr. y Ewell, debo reconocer que están del todo magníficos.

Las dos principales actrices, sus presencias, son de excepción: Una Jennifer Jones, ya con más de cuarenta años de edad, que logra ser una adolescente, una joven en las escenas que lo requieren, y que muestra la evolución de un personaje que va de la desprotección, la locura, la dependencia a una posible curación y a una madurez donde ya fortalecida comparte a los espectadores desde el desamor hasta la desilusión y la amargura, desde la dureza en sus determinaciones hasta, también, por último, las dudas. Una Joan Fontaine en una de las mejores caracterizaciones de su carrera, en ese personaje de la hermana mayor riquísima, tutora omnipresente, superficial, cínica, despreciativa, cruel, camaleónica.

Ah, sus rostros, los rostros de los personajes que no de los actores (en especial en los casos de Jones, Fontaine, Robards Jr. y Ewell) como cuadros de la naturaleza humana si fueran detenidas las diferentes imágenes para exponerlas como fotografías.

La película un momento antes del final, al referirnos la decisión del personaje principal (que es el que determina el género escénico), intenta hacernos pasar por un melodrama, con una futura probable recuperación positiva del psiquiatra, lo que es una tragedia devastadora.

No conozco como lector la totalidad de la novela de Fitzgerald, una que ya no leeré completa porque he ido odiando la historia, odiando lo que la película muestra en su selección de acontecimientos; odiándola por todos los recuerdos de mi existencia con los que me ha golpeado, puesto que el camino hacia la pareja, en lo que a mí respecta, ha sido un campo sembrado de minas anti personas.

  

(1) Suave es la noche (Tender Is the Night, EE.UU., Twentieth Century Fox, 1962, 146 minutos, color). Director: Henry King. Guión: Iván Moffat, basado en la novela homónima de F. Scott Fitzgerald. Protagonistas: Jason Robards Jr., Jennifer Jones (primera en los créditos). Destacan además: Joan Fontaine, Tom Ewell y Paul Lukas, e interviene con acierto Jill St Jhon. Oscar a la Mejor Banda Sonora / Canción original por la espléndida Suave es la noche de Sammy Fain (música) y Paul Francis Webster (letra). Ganó el National Board of Review / EE.UU.: Jason Robards Jr como Mejor Actor. No puede dejar de resaltarse la música original de Bernard Hermann, ni la belleza de la fotografía (la Costa Azul francesa, Zurich…) de Leon Samroy. Una película que las parejas en amor deben conocer, debatir. En España puede conseguirse en DVD.

 

SER RESPONSABLE PROTEGE

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

  

Una tarde de soledad física en Madrid, hace unos tres años, pasando de un canal de televisión a otro en un descanso del trabajo, de pronto me hallé frente al expresivo rostro de una mujer, de un personaje –el de una geóloga soltera en torno a los treinta años de edad–, de una actriz, que me pareció fea, incluso de inicio poco atractiva, pero que me impresionó: Después sabría que se trataba de Toni Collette, actriz de culto.

Aquella tarde la película ya estaba muy avanzada y aún así me atrapó y la vi hasta su culminación. A pesar de no conocer toda la historia, el suceso trágico, la tristeza del final, la desolación del personaje principal me sobrecogieron.

Ser responsable protege. Un solo segundo de descuido puede ser el camino hacia la desolación. La desolación es un reclamo de la muerte. En el vacío infinito de la desolación no consigue latir la esperanza. Toda desolación es un aullido.

No sé cómo, y en una de estas cadenas que no son de ámbito nacional, transcurridos unos meses volví a ser espectador de una parte de la película. Busqué el título en una guía televisiva: Japanese Story(1), traducido como Una historia japonesa; también con menos acierto como Historia de Japón; y, deleznablemente, como Una historia infiel.

Al paso del tiempo compré la película para admirarla completa y cuando lo hice quedé por tercera vez sobrecogido por el final, y por todo el horror, el dolor, la culpa, la depresión de la mujer protagonista, y mucho por su amor. Porque en el caso de ella el amor se fue volviendo visible, tangible, cierto. Sentí entonces la necesidad de escribir de Japanese Story, film australiano del 2003, y de recomendarlo, pero el DVD con la película, en el afán de compartirla con otros muy cercanos, resultó extraviado.

El empeño de que yo volviera a tener un video de la película tuvo éxito. Tras una reciente ida al Rastro de Madrid, de tienda en tienda, la atesoré otra vez en un DVD nuevo. Sólo que ya desde antes, junto al deseo de escribir de Japanese Story estaban las muchas dudas acerca de cómo hacerlo, y es que lo último que deseo desde la experiencia alcanzada es exaltar la infidelidad. No se trata de convencionalismos. Se trata en mi caso de valores y de certezas. El amor no debiera inscribirse sino en lo más transparente, en lo más diáfano, en lo más limpio. E igual desde la experiencia, sé que siendo los humanos que somos y no los humanos ideales, y viviendo en el mundo en que vivimos, esto no siempre es posible, no siempre el amor puede surgir en circunstancias coherentes, consistentes, y sí es su aparición en muchas ocasiones producto o expresión de las alienaciones tan latentes en la sociedad.   

Estamos frente a una actriz que ya ha quedado inscripta en la historia de la cinematografía mundial (Toni Collette) y que entrega un muestrario único de sensibilidades, sentimientos, criterios y conflictos; frente a la actuación excelente de un joven actor japonés (Gotaro Tsunashima, sin excesiva suerte posterior) realizada en el contexto de otra cultura; y frente al admirable desempeño de una actriz japonesa (Yumiko Tanaka, de la que en Occidente es imposible hallar datos) capaz de brillar en escenas claves con la protagonista. Hechizantes los tres desde gradaciones. Y estamos frente a una película multipremiada: 23 premios en certámenes nacionales e internacionales.

Reparar en el guión de Alison Tilson que por una parte se ocupa a fondo, desde lo humano individual, del encuentro de dos culturas, de dos clases sociales y de dos vidas distintas y en distintos grados de desarrollo y necesidades, y por otra de lo impredecible de la naturaleza humana y de las relaciones amorosas; en la dirección de Sue Brooks (Australia, 1953) que huye de excesos melodramáticos para culminar asumiendo como género la tragedia y que cuida al máximo cada detalle dimensionando sus significaciones; y en la música de Elizabeth Drake que logra comulguen con armonía elementos de Oriente y de Occidente integrándolos e integrándose a la totalidad.

Es difícil escribir sobre Japanese Story sin revelar demasiado de la película, señalar pues por último que es un film en el que el lenguaje de la mirada, el más poderoso del ser humano, tiene una poderosísima presencia, a veces en sí, a veces a la par del lenguaje del rostro. Ese momento en que ella sentada en la plata descubre las perfecciones del cuerpo de él recién salido del mar. Ese momento en que ella le mira en la cama. Ese momento en que las dos mujeres, la geóloga australiana y la esposa japonesa se detienen con intensidad cada una en los ojos de la otra. E incluso ese momento en que con la geóloga de espaldas, uno ve desde lo captado por la cámara lo que la protagonista ve: el avión que en la pista se marcha, el adiós.

No obstante no habrá auténtico adiós para las tres vidas que centran el argumento de Japanese Story, existencias destrozadas por un segundo enmarcado en un descuido.

 

(1) Una historia japonesa (Japanese Story, Australia, 2003, 110 minutos, color) Directora: Sue Brooks. Guión: Alison Tilson. Protagonista: Toni Collette. Coprotagonista: Gotaro Tsunashima. Destaca: Yumiko Tanaka. Película ganadora de ocho de las diez candidaturas a los Premios del Australian Film Institute; en total 23 premios nacionales e internacionales. En España puede conseguirse en DVD.

 

DE CÓMO LAS PELÍCULAS NORTEAMERICANAS...(1)

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Si les voy a decir, pues les digo. Les digo cómo las películas norteamericanas me destrozaron la vida.

¿Recuerdan La colina del adiós?(2)

Recuerdan aquella película de los años cincuenta también llamada Angustia de un querer. Aquella película, titulada originalmente, nada más y nada menos que Love Is a Many Splendor Thing.

Recuerdan que en aquella película en cinemascope y technicolor, después de que el corresponsal de guerra ha muerto en la contienda, ella, al recibir la noticia, sube por la colina, hasta la cima donde siempre se encontraban, y cree verlo venir, transparente él, verlo venir hacia sus manos.

¿Recuerdan Mañana lloraré?(3)

¿Recuerdan cómo en Mañana lloraré los dos exalcohólicos se enamoran, y a ella, que ha sido una cantante famosa, no le importa el defecto físico, la cojera visible en él cuando camina?

¿Recuerdan Tú y yo?(4)

¿Recuerdan cómo en Tú y yo, en ésa Algo para recordar, él la reencuentra a ella inválida, porque un tiempo atrás, cuando habían acordado reunirse en el Empire State, ella, en su apresuramiento por hallarlo, fue atropellada? ¿Y recuerdan que a él no lo frena la invalidez de ella, y la ama tanto o más que antes, y se queda a su lado?

¿Recuerdan Fiesta?(5)

¿Recuerdan cómo en Fiesta, en aquella película también titulada Y ahora brilla el sol, después de huir uno del otro, ellos se citan para proseguir un mismo camino, y a ella ya ni siquiera la detiene que él, por las heridas de la guerra, esté sexualmente impotente?

Pero no vayamos tan lejos en el tiempo.

¿Recuerdan, hace no tantos años, cómo en Corazón de cristal (6) él, gravemente enfermo y sin defensas ante el medio ambiente, rompe las paredes de su cámara de aislamiento inmunológico, y elige la muerte probable para tener la dicha de tocarla a ella?

¿Recuerdan?

Las películas norteamericanas me convencieron de que el verdadero amor puede con todo.

Y me destrozaron la vida, porque parece no ser cierto.

Ese amor parece no existir más que en la pantalla.

Y yo no me resigno a que no exista, no acepto que no exista, no cedo, no dejo de buscarlo, y ven, ven, estoy muy solo(a).

Y hablo. Y hablo. Y hablo.

 

(1) Monólogo teatral dramático de Francisco Garzón Céspedes también titulado El desnudamiento. En el libro Una historia improbable y otros textos, Editorial Ciudad Gótica, Argentina, 2006. Entre otras presencias sobre los escenarios con este texto: Las del propio autor por el mundo, como una suerte de conversación escénica, y la del español Javier Ortiz, a fines de los noventa, dirigido por el autor, en la Sala II del hoy Teatro Fernán Gómez / Centro de Arte de Madrid.

(2) La colina del adiós (Love Is a Many Splendored Thing, EE.UU., 20th Century Fox, 1955, 102 minutos, color). Director: Henry King. Guionista: John Patrick, guión basado en la novela de Han Suyin. Protagonistas: Jennifer Jones, Willian Holden. Película ganadora de 3 Oscar con la que desde hace mucho, en tanto de lo esencial, estoy en desacuerdo, pero que sigo volviendo a ver. Recuerdo que la vi por primera vez a fines de los cincuenta en el Cine Avellaneda, en Camagüey, grande y de tablas, y que la reponían con frecuencia y yo regresaba. Y como en cuanto a muchas otras de los cincuenta, la emoción de reencontrarla en Madrid en DVD...

(3) Mañana lloraré (I’ll Cry Tomorrow, EE.UU., Metro Goldwyn Mayer, 1955, 117 minutos, B/N). Director: Daniel Mann. Guión: Helen Deutsch, Jay Richard Kennedy, basado en el libro de Lilian Roth, Gerold Frank, Mike Connolly. Protagonista: Susan Hayward. Destacan además: Jo Van Fleet, Richard Conte, Eddie Albert, Don Taylor, Ray Danton.

(4) Tú y yo (An Affair to Remember, EE.UU., 20th Century Fox, 1957, 115 minutos, color). Director: Leo McCarey, que realizó este remake de su Tú y yo, 1939, entonces con Irenne Dunne, Charles Boyer. Guión: Delmer Daves, Leo McCarey. Protagonistas: Deborah Kerr, Cary Grant. Destacan además: Cathleen Nesbitt (excelente, puede vérsela además, por ejemplo, en Mesas separadas, de nuevo junto a Deborah Kerr, y antes en Creemos en el amor / Tres monedas en la fuente, 1954), Richard Denning. Nominaciones, Oscar, 4. Otra película a la que, sin dejar de enjuiciar buena parte de sus valores, sigo volviendo a ver. En España puede conseguirse en DVD.

(5) Fiesta (The Sun Also Rises, EE.UU., 20th Century Fox, 1957, 130 minutos, color). Director: Henry King. Guión: Peter Viertel, basado en la novela de Ernest Hemingway. Protagonistas: Tyrone Power, Ava Gardner. Destacan además: Mel Ferrer, Errol Flynn, Eddie Albert, Gregory Ratoff, Juliette Gréco (la gran cantante, musa del existencialismo francés para siempre, no puede no escucharse). Rodada en París y en México (en sustitución de España). Debo haberla visto por primera vez a fines de los cincuenta en Camagüey. En España puede conseguirse en DVD.

(6) Corazón de cristal (España, 1986, 103 minutos, color). Director: Gil Bettman. Guión: Linda Shayne, basado en la historia de Alberto Vázquez Figueroa. Protagonistas: Lee Curreri, Tawny Kitaen. Película con una calidad a años luz por debajo de las anteriores. Si bien no es totalmente una película norteamericana sí que se inscribe en la clase de cine a la que aludo. La vi por primera vez en un cine en Monterrey, casi seguro en 1987, un mediodía de soledad y de calor extremo, y luego de hacer una larga cola (algo que suelo evitar); nunca la he reencontrado.

 

NO SE TRATA DE CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

No se trata de crítica cinematográfica. Este blog no es el de un crítico de cine sino el de un ser humano apasionado por el amor. Y por el cine. Y por las películas que de uno u otro modo tratan el tema del amor. Y, por excepción, por cualquier otra manifestación que trate el tema del amor. En especial el tema del amor de la pareja. La pareja ha fundado el mundo en términos humanos.

GOTAS

Hace mucho, mucho, mucho tiempo, un hombre y una mujer se amaron por primera vez. ¿Qué es un hombre? Un hombre es una gota de agua. ¿Qué es una mujer? Una mujer es una gota de agua. Pero un hombre y una mujer juntos no son dos gotas de agua, son el comienzo de un océano.

Éste es, en mucho, el blog de un espectador que pretende algo más que percibir. Que desea iniciar nuevos procesos. Que desea compartir y sobre todo irradiar vivencias y criterios sobre el amor y sobre el amor de la pareja, de cualquier pareja; que pretende llamar la atención sobre películas, y otras acciones, en torno al amor, con el amor como centro, donde el amor en alguna de sus formas destella; películas, o acciones, que le han impactado o motivado de una manera o de otra, o que el mismo autor del blog ha generado.

Quizás los orígenes de este blog hay que buscarlos en cuando un niño pequeño, en la ciudad de Camagüey, en los años cincuenta y en un cine vio de "relleno" una película que lo transformó, Mañana lloraré (1), y que le permitió por primera vez deslumbrarse con la actriz norteamericana Susan Hayward.

"No llores hoy, llora mañana", decía, o era el sentido de lo que decía, el personaje de la madre, interpretado por Jo Van Fleet.

Sí, ya lo intento desde hace tanto tiempo, intentaré llorar mañana, siempre llorar mañana.

 

(1) Mañana lloraré (I’ll Cry Tomorrow, EE.UU., Metro Goldwyn Mayer, 1955, 117 minutos, B/N). Director: Daniel Mann. Guión: Helen Deutsch, Jay Richard Kennedy, basado en el libro de Lilian Roth, Gerold Frank, Mike Connolly. Protagonista: Susan Hayward, monumental, caracterizando a la cantante Lilian Roth (en su proceso de alcoholismo). Destacan además: Jo Van Fleet (siempre descomunal), Richard Conte, Eddie Albert (el mejor de los cuatro actores hombres en papeles principales), Don Taylor, Ray Danton. Película con música de Alex North, en blanco y negro, ganadora de 1 Oscar y con 4 nominaciones. Susan Hayward, Palma de Oro (premio a la mejor actriz) en el Festival Internacional de Cine de Cannes 1956, además nominada al Oscar 1956 y al BAFTA Film Award 1957. Entre más: En Madrid pareciera que demoró en verse, quizás se estrenó en 1959, el 14 de Diciembre de ese año El Día (Tenerife, Islas Canarias) publicaba "Tercer acontecimiento de la temporada del Royal Victoria, que presenta Mañana lloraré, el más fuerte y conmovedor filme realizado por Hollywood en los últimos tiempos"; Antena 3 la programó el 26 de Agosto de 1992; y Televisón Española a comienzos de 1994 en un Ciclo dedicado a Susan Hayward, a quien dobló la actriz María Romero. Mañana lloraré, que habré visto con unos nueve años, cambió mi vida, llamó poderosamente mi atención hacia la complejidad de la existencia y de las relaciones humanas y de amor de pareja, y convirtió a Susan Hayward, para siempre, en mi actriz preferida. De las películas que he mencionado en mi monólogo De cómo las películas norteamericanas... (El desnudamiento) ésta es la más trascendente: hay que verla, y, por supuesto, de ser posible mejor en versión original.