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si es amor que sea de cine

NO DEBIÉRAMOS MORIR POR AMOR SI ES POSIBLE VIVIR PARA AMAR

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)
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Todo amor debe ser salvado, escribí y difundí hace veinticinco años o más. Debo reconocer que el cine con argumentos de mujeres que aman a mujeres no está en el centro de mis búsquedas. Ha sido casual que viera Aimee and Jaguar[1], y la razón primera de que escriba sobre esta película tiene que ver con que su tema es el del amor de pareja. Y con que la historia es la de un gran amor, uno especialmente complejo porque a la diferencia en la elección sexual se une el que trata, primordialmente, de la relación entre una alemana (casada con un militar destinado al frente, madre de cuatro hijos, y hasta entonces heterosexual con amantes) y una judía alemana (que debe huir si quiere salvar su existencia, y que intenta sentirse todo lo viva y libre que las circunstancias le permiten). Relación en medio de los bombardeos aliados a Berlín de finales de la Segunda Guerra Mundial, entre mucho más que puede inferirse de inmediato enmarca –y mucho el secreto y sus ocultamientos– el torrente que es narrado, desbordante de deslumbramiento, deseo, pasión, ternura, cariño, obsesión. La razón decisiva, sin embargo, para que escriba este comentario es, quizás nuevamente, la necesidad de que razón y sentimientos encuentren siempre los mejores equilibrios, aquellos que más positivamente preserven lo esencial, como es, por ejemplo, la existencia misma. Y que se unan razón y sentimientos en pos de priorizar al otro en la relación de amor, justo porque eso es amar. En ocasiones las decisiones menos románticas pueden ser las más amorosas, y serán un triunfo de la lucidez, aunque tal vez un triunfo doloroso y amargo de una sobrevivencia que contempla tanto presente como futuro. Se ha escrito que el lema de este film es: “El amor trasciende la muerte” o “Un amor más grande que la muerte”, lo que me lleva a recordar un poema que escribí y publiqué hace décadas sin negar por ello el título de este comentario: EL AMOR TRASCIENDE, INAUGURA / el amor está más acá de la vida y de la muerte / si por ser consecuente la muerte lo alcanza / el amor vale más que la vida / y es que de vida / el amor / trasciende la muerte / la inaugura
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[1] Aimee y Jaguar (Aimee & Jaguar, Alemania, 1999, color) Director: Max Färberböck. Guionistas: Max Färberböck, Rona Munro, sobre el libro de la periodista estadounidense Erica Fisher, con la colaboración de Charles Brady, investigador del Holocausto, crónica de la vida real de Lilly Wust (Aimee) y Felice Schragenheim (Jaguar). Protagonistas: Maria Schrader (Felice), Juliane Köhler (Lilly), Johanna Wokalek (Ilse). Música: Jan Kaczmarek / AP. La película fue nominada y ganó varios premios alemanes, también estuvo nominada al Globo de Oro como mejor película extranjera, y Maria Schrader fue galardonada con el Oso de Plata a la mejor actriz en el Festival Internacional de Cine de Berlín (personalmente yo prefiero la actuación de Juliane Köhler, aunque el trabajo de Maria es excelente). En España puede conseguirse en DVD.

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EL AMOR INSTAURA SU PROPIA BELLEZA

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Hoy, caminando por el barrio, de pronto me sorprendió que un muchacho y una muchacha, abrazados en plena acera de la calle más concurrida de la zona, se besaban intensamente, algo no tan habitual en ese lugar y a esa hora. Me fije en la edad del muchacho, que era de quien veía el rostro, moreno y con cabello negro: Algo más de veinte años. Al cruzar por su lado me llamó la atención que a una mano de ella le faltaba cuando menos un dedo y que las cicatrices parecían subir por el brazo y, seguro, marcaban la mitad del rostro –que alcance a vislumbrar porque se movieron sin dejar de besarse–. El muchacho era delgado, alto, bien parecido y desplegaba una vitalidad arrolladora. Me conmovió el amor transparentado, me conmovió tan profundamente que se me nubló la vista y me detuve. Ése es el amor en que he creído desde la niñez y en el que nunca he dejado de creer. Recordé una película con una historia seguro muy diferente, pero con alguna relación: El espejo tiene dos caras[1] (título en Iberoamerica), con la excelsa caracterización de Michèlle Morgan, la estrella del cine francés de los cuarenta, los cincuenta y para siempre, nacida en 1920. La realidad de una mujer, obsesionada con la imperfección de su rostro, que se somete a la cirugía plástica a escondidas de su esposo para enfrentarse a posteriori con que éste… No contaré más porque intento no revelar todo lo esencial argumental, y, mucho, no revelar, lo clave, y porque sólo vi la película una vez en la adolescencia y han pasado muchos años. Como curiosidad: Hay un remake, muy libre, con poco del argumento original, más centrado en el tema de la belleza física o no, y dirigido por Barbra Streisand en 1996 con el título de El amor tiene dos caras. El amor instaura la belleza. Su propia belleza. Quizás porque... el amor es la belleza.

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[1] El espejo de dos caras (Le miroir à deux faces, Francia, 1958, 96 minutos, blanco y negro). Director: André Cayatte. Guionistas: André Cayatte y Gérard Oury –guión–, Jean Meckert y Denis Perret –diálogos–. Protagonista: Michèlle Morgan: Con: Bourvil. Entre otros actores y actrices destacados, el privilegio de que aparece Sylvie (Louise Sylvie, 1883/1970), de no perdérsela, cada vez y por ejemplo en La vieja dama indigna (1966, del cuento escrito por Bertolt Brecht, film dirigido por René Allio y con una canción tema de Jean Ferrat, "On ne voit pas le temps passer", que recorrió el mundo). En España no he encontrado estas dos películas en DVD.

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HAY QUE SER VISIBLE PARA LA PAREJA

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

El día que uno percibe que en la calle, para los otros, se ha vuelto invisible, detiene su vida. No suicida su vida, sólo la inmoviliza mientras termina de comprender lo de su invisibilidad, mientras la asimila y toma decisiones aceptándola o retándola. ¿Quiénes se vuelven invisibles? Porque una cosa es estar inscripto dentro de los que en determinadas sociedades y circunstancias resultan invisibles o casi invisibles para los demás en las calles: los inmigrantes de otras razas, o los obesos, o raquíticos, o distintos físicamente –aunque quienes discriminan no suelen reconocer estas discriminaciones–; y otra cosa es haber sido visible durante toda la existencia, y una mañana cualquiera, al salir a caminar, darse cuenta de que uno ha pasado a estar en el bando de los invisibles. No se halla uno acostumbrado a eso de haber desaparecido para los desconocidos. Es un asombro. Es un desconcierto. Es una inquietud. Es una realidad extraña, supongo. Es, debe ser, un cuestionamiento a ratos triste, a ratos amargo, a ratos doloroso. Y, sí, ocurre, puede ocurrir: Ya a uno no lo miran en las aceras, en las plazas, en los cafés, en sitio alguno público. No lo miran con curiosidad. Y, en especial, no lo valoran, no lo tasan. Uno ha dejado de estar en el mercado callejero del deseo, o lo que es peor, de la posibilidad de amor, supongo. Uno ha envejecido. Es un anciano. De no morirnos antes de llegar a la vejez, esa invisibilidad nos aguarda. Quizás lo mejor es arribar a ese período desde un estado en que a uno haya dejado de importarle, en lo fundamental, ser visible o no ser visible para los otros en la calle; y ha dejado de importarle porque tiene relaciones, en profundidad a sentimiento y razón, permanentes, perdurables, unas para las que uno en su cotidianeidad es una y otra vez muy visible, visibilidad desde la que puede afrontar la invisibilidad callejera por llegar o que ha llegado. Por eso no hay que sostener relaciones de pareja en las que uno ha pasado a ser invisible para la otra parte. Y creo recordar que eso es lo que le ocurre un día a la protagonista de Vivir para vivir[1] –caracterizada por esa actriz francesa de primerísima línea recién fallecida, Annie Girardot– que percibe que se ha tornado invisible para su esposo, sólo que ella no lo resuelve de inicio. Como he escrito: El amor es carrera de dos, esplendor compartido o que muere.

 


[1] Vivir para vivir (Vivre pour vivre, Francia, Les Films Ariane / Les Productions Artistes Associés / Vides Cinematografica, 1967, 130 minutos, color). Director: Claude Lelouch. Guionistas: Claude Lelouch, Pierre Uytterhoeven. Protagonistas: Annie Girardot, Yves Montand, Candice Bergen. Fotografía: Patrice Pouge. Música: Frances Lais. Nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa. En España aún no existe en DVD.

 

EL AMOR ES LA CLAVE

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

Este no es un espacio para la crítica de cine. Ya lo he afirmado, y en efecto no lo es. Es lo que su nombre indica. Por eso al referirme ahora a Adiós, pequeña, adiós[1] (Gone Baby Gone) no voy a escribir centrándome en sus excelencias humanas, sociales, narrativas, cinematográficas, todas indiscutibles; ni escribiré en extenso del magnífico thriller que resulta, de un giro sorprendente a otro aún más sorprendente; ni del Premio de la National Board of Review y del Premio del Círculo de Críticos de New York como mejor actriz de reparto para Amy Ryan (ni de las nominaciones de esta actriz por su papel al Oscar y al Globo de Oro), aunque ella muestra una gama expresiva, que pareciera sin límites, sólidamente sustentada desde adentro. Tampoco voy a escribir del amor en general, ni del desamor, que atraviesan de un extremo al otro el film.

De lo que voy a escribir: Es del amor de la pareja, del amor entre sí de los protagonistas, dos jóvenes detectives privados, que viven y trabajan juntos queriéndose, caracterizados por Casey Affleck y Michelle Monaghan, actores que despliegan una credibilidad y una química entre ellos que son dos de los patrones fundamentales de esta película. De lo que voy a escribir: Es del sitio permanente que debiera ocupar la ética dentro de la condición humana. Y del compromiso respecto a lo correcto y lo incorrecto, y de lo correcto e incorrecto en sí. Y de cómo la decisión sobre lo correcto no puede existir, cuando afecta a otros, sin priorizar los intereses reales de los otros, los objetivamente más bienhechores, por encima de nuestra formación y de la opinión pública más generalizada. Capacidad de análisis, sentido común, valoración de la situación específica, asunción del riesgo interior, entre tanto más, lucidez en suma al examinar y concluir.

La novela del reconocido Dennis Lehane (autor de Mystic River, de la que Clint Eastwood hizo otra de sus obras maestras), de quien he leído con fervor otros textos, es no sólo el punto de partida sino el eje con sus rotaciones e irradiaciones porque la historia original tiene una enorme presencia en el film, gracias en mucho al sobresaliente trabajo como director de Ben Affleck, y como guionista junto a Aaron Stockard, y a la par, también a sus vivencias (nació y creció en la ciudad: Boston) y a su conciencia social. Todo determinante para esta historia enraizada en un barrio depauperado. Novela y película, sobre el secuestro de una niña de cuatro años, y sus causas y razones, son mucho más que la historia principal de amor de pareja contenida en sus marcos, y, sin embargo, es en esta relación, en cómo cada uno de los dos detectives concibe lo correcto y lo incorrecto, lo ético, en cómo los afecta y en sus decisiones y consecuencias, donde mejor se percibe el significado, el mensaje real de la película.

Un mensaje el de Adiós, pequeña, adiós, que no sé si es el que el director al hablar de la película define al ser entrevistado, y que, desde luego, no es el que mayoritariamente define la crítica y el público según he alcanzado a leer, porque si el detective hubiera hecho lo correcto el final no sería el que es, la película no terminaría justo en ese punto del protagonista, de la relación de amor y de la situación que comparte.

El protagonista, más allá de sus buenas intenciones, termina por ser ejemplo del peor de los individualismos: el que elige quedar bien con los valores de su propia conciencia, cuando estos deben saltarse los estereotipos, y establecer nuevas valoraciones; el que elige hacer aquello que socialmente se considera lo correcto aunque todo manifiesta que en ese caso sería lo incorrecto. El que, de hecho, lo que elige es priorizarse.

Lo correcto no es sino lo que la razón determina en términos de humanidad. Y eso debe ser juzgado lúcidamente, más allá de esquemas y de postulados generales, en su excepcionalidad misma. El detective al tener que decidir sobre vida, sobre vidas, y relaciones, y presente y posible futuro, se equivoca en su elección. Y eso es lo que termina por patentar la película. Y por eso Ángela, el personaje de Michele Monaghan… Todos aceptamos que no puedo revelar el argumento: Sería un acto de individualismo.

El amor reinaugura los principios.

El amor es clave de principios.

 

[1] Adiós, pequeña, adiós (Gone Baby Gone, EE.UU., Miramax Films / The Ladd Company / LivePlanet, 2007, 114 minutos, color). Director: Ben Affleck. Guionistas: Ben Affleck, Aaron Stockard (sobre novela de Dennis Lehane). Protagonistas: Casey Affleck, Michelle Monaghan. Destacan también: ante todo Amy Ryan y Ed Harris, casi a la par Morgan Freeman, y, con menos tiempo en la historia, el tantas veces eficaz John Ashton, junto a todo un elenco de innegable altura. Fotografía: John Toll. Música: Harry Gregson-Williams.

TRECE PELÍCULAS DE AMOR CON ESPERANZA

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

Cuando desde el amor a uno se le pide, uno responde con amor. De repente tuve la sorpresa de que se me pidiera que escribiera algo especialmente esperanzador en este blog. He pensado en señalar trece películas que yo tenga en la videoteca –en específico de ésas que atesoro y he logrado reunir sobre el tema del amor; no todas en DVD ni en castellano y/o subtituladas–. Y que sean películas que, más allá o más acá de sus significaciones y valores cinematográficos, se expresen sobre el amor de la pareja con optimismo, cuyo argumento, cuyo final, cuyo mensaje más predominante reafirmen la esperanza en que el amor de la pareja es posible y lo ha sido en todas las épocas y sociedades, no obstante, las tantas y diversas dificultades a enfrentar.

De las que ya he mencionado en Si es amor que sea de cine, apunto ante todo Mañana lloraré[1], no solamente por la influencia que ha tenido sobre mi formación y mi vida, y por la presencia de mi actriz preferida, Susan Hayward, sino porque su conclusión es, desde la solidaridad del otro y desde la transformación de un ser humano, un canto a la esperanza.

Y registro para destacarla Tú y yo[2] (Algo para recordar), la versión con Deborah Kerr y Cary Grant, y donde el personaje caracterizado por Cathleen Nesbitt y la propia actriz tanto decisivo aportan, aunque debo reiterar que, como respecto a casi todas, desde mi visión del mundo cuestiono muchas de sus características y de sus valores, y que lo que extraigo, teniendo en cuenta el momento de desarrollo humano y la complejidad humana, social de la comunicación y las relaciones en cada época, es el aliento que estas películas expanden, la sensación de esperanza que trasmiten, sus resultados de ilusión, de confianza, de comprensión, de amor en suma.

Y refiriéndome a Cathleen Nesbitt, extraordinaria actriz de reparto, entre las películas en las que aparece en los años cincuenta esta anciana memorable se encuentra Creemos en el amor[3] (Tres monedas en la fuente) –con un argumento ubicado en Roma y unos protagonistas corales–, que igual he mencionado antes en este blog, y que también anoto entre las que ahora selecciono.

Referida en este blog, y con la que tengo aún más profundas divergencias en cuanto a visión del mundo que con Tú y yo, me es imposible no elegir La colina del adiós[4], con Jennifer Jones y William Holden, porque, a pesar del lastre de sus postulados y, mucho, de la presencia trágica de la muerte, es un canto al amor y a la fuerza confortadora del tiempo compartido y de sus permanencias.

Como en toda mi infancia el cine que vi fue norteamericano, y como sigue siendo el predominante en las pantallas del mundo occidental, éste tendrá una gran presencia en la selección. Y esta afirmación me hace recordar una extraordinaria película –que no consignaré en este listado porque no la poseo y no puedo volver a verla a lo largo de escribir este texto–, inscripta en otro universo y trascendencias: Estación para dos (URSS, 1982; Una estación de tren para dos, Una estación para los dos), con Liudmila Gúrchenko y Oleg Basilashvili, actuada también por el sin par Nikita Mikhalkov, uno de los filmes más esperanzadores que conozco.

Para seguir apelaré al orden cronológico de realización al mencionar las seleccionadas. De las cuatro que he distinguido hasta este instante, todas de la década del cincuenta, dos son melodramas puros y duros, bordeando la tragedia: Mañana lloraré y La colina del adiós, y otra, también, Tú y yo, aunque con menos intensidades dramáticas, mientras Creemos en el amor tiene más elementos de comedia –tendría que volver a verla completa para firmar una categorización más absoluta.

Toca el turno pues a otras cuatro de los dorados cincuenta: Sabrina[5], Picnic[6], En una isla tranquila al sur (Verano de amor)[7] y Con faldas y a lo loco[8] –por fortuna no faltan dos comedias, aunque de muy diferente gradación humorística, porque las otras, la segunda y la tercera de estas cuatro, son un melodrama.

Mencionar a Sabrina –suerte de idealizado cuento de hadas narrado con humor– es de nuevo una concesión en lo ideológico, que explico desde el encanto y la maestría de sus actores principales: Audrey Hepburn, Humphrey Bogart y William Holden, y desde otras inferencias que pueden hacerse de su conclusión más allá de los ámbitos económicos de la pobreza y la riqueza. Picnic, con Kim Novak y William Holden –dado lo reiteradamente que aparece en la selección podría pensarse que Holden era mi actor favorito en los cincuenta, pero no, era Montgomery Clift–, y en especial con una inconmensurable Rosalind Russell, deviene una apuesta por la capacidad de riesgo y por la autenticidad. Verano de amor (título más adecuado y con el que la vi en mi infancia) reúne amor maduro, amor juvenil, negaciones que buscan su afirmación y un tema musical de una belleza y una energía vivificadoras. Mientras Con faldas y a lo loco es un divertimento delirante, a ratos farsesco, que se ubica en los años veinte, con Marilyn Monroe, Tony Curtis y Jack Lemmon en sus mejores instantes, y un George Raft en el reparto que, por segundos, los supera.

De los sesenta, la francesa Vivir para vivir[9] (Vivir por vivir) –y ésta es para mí de nuevo una concesión tal que me resulta difícil creerme que la distingo–, con Annie Girardot –una de mis preferidas–, Yves Montand y Candice Bergen –con la que durante una de mis giras estuve dialogando en el Aeropuerto de Santiago de Cuba, ella como de incógnito, en los años setenta o en los ochenta, sobre films en los que había intervenido–. Película en la misma línea, por ejemplo, de la anterior en el tiempo Una cierta sonrisa (sobre la novela de Françoise Sagan; que no he conseguido volver a ver) sobre matrimonio que envejece y hombre que no es congruente ni consistente como pareja, pero donde todo se resuelve en positivo dado que se trata de un melodrama y no de una tragedia.

De los ochenta, la norteamericana, insertada en lo fantástico, que me fascina argumentalmente: En algún lugar del tiempo[10] (Pide al tiempo que vuelva) con Jane Seymour y Christopher Reeve, sobre lo inconmensurable de la concepción del amor. Y la alemana Sugarbaby[11] (Zuckerbaby) –de nuevo una comedia; que, con Estación para dos, primero, y Mañana lloraré, pertenece más a mi prisma–, con Marianne Sägebrecht y Eisi Gulp, historia de un flechazo desaforado que se convierte en una historia de amor.

Por último y para no entrar en el Siglo XXI, de los noventa apuesto por la irlandesa Juego de lágrimas[12], con Stephen Rea, Jaye Davidson, Forest Whitaker, una oda a la diferencia, a la fuerza del amor y a lo mejor de la condición humana, que con Sugarbaby, y, en cierta medida, con Con faldas y a lo loco me permite, por distintas razones, incluir un mayor espectro respecto a la pareja posible. Y por la inglesa norteamericana Notting Hill[13], con Julia Roberts y Hugh Grant, si bien sin profundidades de excepción, sí una ficción de amor eficaz, encantadora, entrañable.

El amor es un trapecio de la esperanza.


[1] Mañana lloraré (I’ll Cry Tomorrow, EE.UU., Metro Goldwyn Mayer, 1955, 117 minutos, B/N). Director: Daniel Mann. Guión: Helen Deutsch, Jay Richard Kennedy, basado en el libro de Lilian Roth, Gerold Frank, Mike Connolly. Protagonista: Susan Hayward. Destacan además: Jo Van Fleet, Richard Conte, Eddie Albert, Don Taylor, Ray Danton. Juraría que la vi por primera vez en el Cine Guerrero, de Camagüey, por azar cuando mi padre me llevo a ver alguna película de acción –entonces solían exhibirse juntas dos películas–, y por segunda vez, más o menos treinta años después, en una plaza de Monterrey, en 1987, tembloroso, emocionado. Ver la primera entrada de este blog.

[2] Tú y yo (An Affair to Remember, EE.UU., 20th Century Fox, 1957, 115 minutos, color). Director: Leo McCarey, que realizó este remake de su Tú y yo, 1939, entonces con Irenne Dunne, Charles Boyer. Guión: Delmer Daves, Leo McCarey. Protagonistas: Deborah Kerr, Cary Grant. Destacan además: Cathleen Nesbitt (excelente, puede vérsela además, por ejemplo, en Mesas separadas, de nuevo junto a Deborah Kerr, como antes en Creemos en el amor / Tres monedas en la fuente, 1954; el personaje de la anciana más tarde lo caracterizó Katherine Hepburn), Richard Denning. Nominaciones, Oscar: 4. Otra película a la que, sin dejar de enjuiciar buena parte de sus valores, sigo volviendo a ver. En España puede conseguirse en DVD.

[3] Creemos en el amor (Three Coins in the Fountain, EE.UU., 20th Century Fox, 1954, 102 minutos, color). Director: Jean Negulesco. Guionista: John Patrick (también de La colina del adios). Protagonistas: Dorothy McGuire, Clifton Webb, Jean Peters, Louis Jordan, Maggie McNamara, Rossano Brazzi. Fotografía: Milton Krasner. Música: Víctor Young. Oscar a la mejor fotografía a color. Oscar a la mejor canción. Debo haberla visto en Camagüey. De mi infancia recuerdo mucho la canción, que llegué a tener en un disco de plástico muy a fines de los cincuenta con una vista de la Fontana de Trevi. En España puede conseguirse en DVD.

[4] La colina del adiós (Love Is a Many Splendored Thing, EE.UU., 20th Century Fox, 1955, 102 minutos, color). Director: Henry King. Guionista: John Patrick, guión basado en la novela de Han Suyin. Protagonistas: Jennifer Jones, Willian Holden. Película ganadora de 3 Oscar con la que desde hace mucho, en tanto de lo esencial, estoy en desacuerdo, pero que sigo volviendo a ver. Recuerdo que la vi por primera vez a fines de los cincuenta en el Cine Avellaneda, en Camagüey, grande y de tablas, y que la reponían con frecuencia y yo regresaba. Y como en cuanto a muchas otras de los cincuenta, la emoción de reencontrarla en Madrid en DVD...

[5] Sabrina (EE.UU., Paramount Pictures, 1954, 113 minutos, blanco y negro). Director: Billy Wilder. Guionistas: Billy Wilder, Samuel Taylor, Ernest Lehman (sobre la obra teatral de Samuel A. Taylor: Sabrina Fair). Protagonistas: Audrey Hepburn, Humphrey Bogart, William Holden. Destacan además: Martha Hyer, John Williams. Fotografía: Charles Lang Jr. Música: Frederick Hollander. Nominada a seis, obtuvo: Oscar al Mejor Vestuario en Blanco y Negro. No la vi en mi infancia, debo haberla visto por primera vez en Madrid ya en este Siglo XXI. En España puede conseguirse en DVD.

[6] Picnic (EE.UU., Columbia Pictures Corporation, 1955, 115 minutos –la original; 113 en DVD–, color). Director: Joshua Logan. Guionista: Daniel Taradash (sobre una obra del dramaturgo William Inge). Protagonistas: Kim Novak, William Holden. Destacan además: Rosalind Russell, Susan Strasberg, Betty Field, Arthur O’Connell. Fotografía: James Wong Howe. Música: George Duning. Nominada a seis, obtuvo: Oscar al mejor montaje, a la mejor dirección artística color. Es una de las películas vistas en mi infancia, en Camagüey, a la que llegó precedida de una gran publicidad por lo desacostumbrado por entonces de su erotismo. En España puede conseguirse en DVD.

[7] En una isla tranquila al sur (A Summer Place, EE.UU., Warner Bross Pictures, 1959, 130 minutos, color). Director y guionista: Delmer Daves (sobre una novela de Sloan Wilson). Protagonistas: Dorothy MacGuire, Richard Egan, Sandra Dee, Troy Donahue. Fotografía: Harry Stradling. Música: Max Steiner. Su tema musical hizo furor por el mundo. En España aún no la he encontrado en DVD.

[8] Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, EE.UU., United Artists, 1959, 119 minutos, blanco y negro). Director: Billy Wilder. Guionistas: Billy Wilder, I. A. L. Diamond (sobre un relato de Robert Thoeren y Michael Logan). Protagonistas: Marilyn Monroe, Tony Curtis, Jack Lemmon. Destaca además: Joe E. Brown (memorable). Fotografía: Charles Lang Jr. Música: Adolph Deutsh. Nominada a seis, obtuvo: Oscar al Mejor Vestuario en Blanco y Negro. En España puede conseguirse en DVD.

[9] Vivir para vivir (Vivre pour vivre, Francia, Les Films Ariane / Les Productions Artistes Associés / Vides Cinematografica, 1967, 130 minutos, color). Director: Claude Lelouch. Guionistas: Claude Lelouch, Pierre Uytterhoeven. Protagonistas: Annie Girardot, Yves Montand, Candice Bergen. Fotografía: Patrice Pouge. Música: Frances Lais. Nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa. En España aún no existe en DVD.

[10] En algún lugar del tiempo (Somewhere in Time, EE.UU, Universal Pictures, 1980,104 minutos, color). Director: Jeannot Szwarc. Guión: Richard Matheson (sobre su novela). Protagonistas. Jane Seymour, Christopher Reeve. Destacan además: Christopher Plummer y Teresa Wright. Puede que la viera por primera vez en México D. F. En España aún no la he encontrado en DVD.

[11] Sugarbaby (Zuckerbaby, Alemania, 1985, 86 minutos, color). Director y guionista: Percy Adlon. Protagonista: Marianne Sägebrecht. Destaca también: Eisi Gulp. Fotografía: Johanna Heer. Música: Dreieier. La vi por primera vez en La Habana, en blanco y negro aunque parece originalmente fue filmada en color. En España no existe en DVD.

[12] Juego de lágrimas (The Crying Game, Irlanda, Miramax, 1992, 113 minutos, color). Director y guionista: Neil Jordan. Protagonistas: Stephen Rea, Jaye Davidson (National Board of Review: Mejor actor novel, nominado al Oscar como mejor actor de reparto). Destacan además: Forest Whitaker, Miranda Richardson. Fotografía: Ian Wilson. Música: Anne Dudley. Nominaciones al Oscar: 6. Oscar al mejor guión original. Entre otras nominaciones y premios. En España, donde la vi en un cine madrileño, puede conseguirse en DVD.

[13] Notting Hill (EE.UU. / Inglaterra, Polygram Filmed Entertainment / Working Title Films, 1999, 124 minutos, color). Director: Roger Michell. Guionista: Richard Curtis. Protagonistas: Julia Roberts, Hugh Grant. Destaca además: Rhys Ifans. Fotografía: Michael Coulter. Música: Trevor Jones. En España, donde la vi en un cine madrileño, puede conseguirse en DVD.

 

 

CICLO EN HOMENAJE A DEBORAH KERR

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Me he programado en video un Ciclo de Cine “Homenaje a Deborah Kerr”, estrella primero del cine británico y más tarde del norteamericano que, nacida el 30 de Septiembre de 1931, falleció el 16 de Octubre del 2007 en su casa de Suffolk, Inglaterra, su país de origen, luego de padecer durante varios años la enfermedad de Parkinson. Su viudo, el escritor y guionista Peter Viertel (autor del guión de La reina de África, de John Huston, de Fiesta, de Henry King y sobre la novela de Ernest Hemingway, y de Cazador blanco, corazón negro de Clint Eastwood, entre más) como corresponde a los grandes amores que han durado décadas (se casaron en 1962, siendo el segundo matrimonio para Deborah Kerr), murió sólo 22 días después en Marbella donde también solían residir, aunque desde hacía años vivían en Suiza. Deborah Kerr candidata seis veces al Oscar lo recibió de la Academia en el año de 1994 y en reconocimiento de toda su carrera en el cine, en la que caracterizó magistralmente en complejidades y matices personajes tan disímiles como la disciplinada y reprimida monja de Narciso Negro y la esposa desatada e infiel de De aquí a la eternidad, para llegar entre tantos más a la tímida y alienada solterona de Mesas separadas. Confieso que yo en los últimos años siempre tuve la ilusión de que alguno de los grandes festivales cinematográficos españoles le rindiera tributo y lo esperé emocionado. Y por cierto, volviendo a Deborah Kerr y Peter Viertel, si dos personas con mucho talento son pareja a lo largo de mucho tiempo inevitablemente concluyo que son buenas personas. Poco a poco me deslumbró Deborah Kerr, por sus capacidades de excepción para crear unos y otros personajes, desde el cine norteamericano de los cincuenta, aunque algunas de esas películas las vi a comienzos de los sesenta; de toda esa época: Las minas del rey Salomón (King Solomon’s Mines, 1950) de Andrew Marton, Quo Vadis? (Quo Vadis?, 1951) de Mervyn LeRoy, El prisionero de Zenda (The Prisoner of Zenda, 1952) de Richard Thorpe, tres que disfruté varios años después de estrenadas, en Camagüey, Cuba, en la década de los cincuenta; Julio César (Julius Caesar, 1953) de Joseph L. Mankiewicz, De aqui a la eternidad (From Here to Eternity, 1953) de Fred Zinneman, El rey y yo (The King and I, 1956) de Walter Lang, Té y simpatía (Tea and Sympathy, 1956) de Vincente Minnelli, Tú y yo (An Affair to Remember, 1957) de Leo McCarey, Buenos, días tristeza (Bonjour tristesse, 1958) de Otto Preminger, Mesas separadas (Separate Tables, 1958) de Delbert Mann, de éstas alguna puede que la haya visto a finales de los cincuenta, y la mayoría en los sesenta y en la Cineteca (en la Cinemateca de Cuba, en La Habana, entre otras cosas porque cuando se estrenaron estaban prohibidas para los niños); y a fines de los sesenta principios de los setenta fue cuando debo haber visto la inquietante Otra vuelta de tuerca (The Innocents, 1961) de Jack Clayton y El compromiso (The Arrangement, 1969) de Elia Kazan (a quien aún no detestaba). El Ciclo estuvo precedido por el hecho de que hace muy poco volví a ver De aquí a la eternidad y Tú y yo, y porque vi por primera vez Vivir un gran amor (The End of the Affair, 1955) de Edward Dmytryk (la Kerr, Van Johnson y John Mills, admirables, pero es mejor el guión del reciente remake con un reparto encabezado por Julianne Moore), Días sin vida (Beloved Infidel, 1959) de Henry King, y La noche de la iguana (The Night of the Iguana, 1964) de John Huston; y lo he inaugurado viendo, en noches seguidas, dos para mí inéditas: Narciso Negro (Black Narcissus, 1947, etapa inglesa) de Michael Powell y Emeric Pressburgery, y Sombras de sospecha (The Naked Edge, 1961) de Michael Anderson, pensando en seguir con la para mí también inédita Sólo el cielo lo sabe (Heaven Knows, Mr. Allison, 1957) de John Huston, y con volver a El compromiso y a, mi preferida, Tú y yo (en Cuba: Algo para recordar), una que sé no debía serlo, emblemática de Deborah Kerr (y Cary Grant) y del cine de amor de pareja, una que he visto decenas de veces.  El amor reinaugura la eternidad, he escrito, y ahora lo reafirmo.

 

Este comentario pertenece al libro inédito Genial amor de este autor.

 

AMOR ES AMOR CORRESPONDIDO

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Este 30 de diciembre al mediodía he visto, a solas en mi habitación, Cautivo del deseo[1] (EE. UU., 1934), por supuesto en versión original subtitulada. A estas alturas intento no sentarme en compañía ante melodramas, ni ante tragedias sean cinematográficas o sean teatrales –decisión que es un resultado de la experiencia.

El cine llegó a mi vida en mi niñez, en los años cincuenta, por lo que las películas de la década del cuarenta, las de la del treinta, no me parecían actuales, las sentía de un pasado desconocido, y no me interesaban, como tampoco las del cine mudo. Si al ir creciendo en algo incorporé, a mis gustos y a mis programaciones, el cine mudo –fundamentalmente por la genialidad de sus cómicos–, por el contrario el cine de los treinta y los cuarenta he venido a verlo con frecuencia y a disfrutarlo ya en este nuevo siglo, tantos años después. De allí que pudiendo elegir, el hecho de seleccionar Cautivo del deseo no deja de ser, en mi caso, una excepción. Desde luego influyó el que sea un melodrama, influyó la presencia de una Bette Davis que tanto demoró en gustarme para luego considerarla una gran actriz, e influyó la síntesis argumental incluida en la contraportada de la edición –que no me parece lúcida–, y la génesis narrativa. Porque más allá de la innegable calidad del inglés Leslie Howard, que es el auténtico protagonista de este film, nunca elegiría una película por su presencia, una, para mi gusto, un tanto distante y de ridículo aspecto en sí misma.

Nunca se me han dado los otros idiomas, quizás por mi obsesión en cuanto al castellano, quizás por mi educación bilingüe impuesta en la primaria en un colegio protestante de origen norteamericano episcopal, quizás por mi timidez o por mi temor al ridículo. De donde no soy el más indicado para señalar la traición, y cuánta, que la traducción en España, para la distribución y la exhibición, hizo al título original Of Human Bondage al nombrar a este film: Cautivo del deseo. Mucho más cercano al tema y argumento de la película, a mi juicio y cómo no, el título brasileño Servidão Humana (Servidumbre humana, en castellano, y traducción del título de la novela que adapta de Somerset Maugham, historia con innegables elementos autobiográficos).

Traición porque Of Human Bondage, la película, no es una película sobre el deseo, y menos sobre el deseo sexual, ni, como se afirma, sobre la pasión, sino acerca del “amor”, y aún más, acerca del amor mal entendido como humanidad dependiente, o solidaria, o todo eso y más como conjunto. Una película sobre el compromiso mal focalizado más que sobre la servidumbre del amor no correspondido. El título, por tanto, debería ser La esclavitud de lo humano o De la esclavitud humana, pero, como ni uno ni otro serían suficientemente atractivos, acepto lo de Servidumbre humana, que sí, lo sé, no es tan espectacular y convocador como Cautivo del deseo.

En cuanto a todo lo que estructura a Of Human Bondage: De lo magnífico. Señalar sí que la presencia, igual monumental, de Bette Davis está en un estilo de actuación distinto a las restantes, y que esto no tiene que ver únicamente con su personaje y sus características, sino con un cierto inscribirse en los modos tan necesariamente remarcados del cine mudo, obviedades que en una película sonora son excesivas y que en ésta sólo se sostienen por el magnetismo y la riqueza mímica de la actriz, bella y joven en 1934 –con 26 años de edad–, y, como Mildred, nominada al Oscar por primera vez.

Nunca cuento argumentos si de lo que se trata es de referirse a una película y recomendar el verla. Escribo esta nota para reiterar que no hay que “amar” a quien no nos ama, que el deslumbramiento no es el enamoramiento y el enamoramiento no es el amor. Y no me detengo en algo tan importante, decisivo, poderoso y enloquecedor  como lo del sexo porque este film no tiene lo sexual –de lo que sí que hay presencias– como centro. Cuando el enamoramiento no es recíproco no hay posibilidad de amor, porque el amor de la pareja es lo que dos, que se aman el uno al otro, construyen. Y cuando al no amor se añade el desamor manifiesto, la manipulación, la deslealtad, el desprecio, entre más negativo, hay que sacar de nuestra vida a quien podríamos amar pero no nos ama ni nos amará, y hay que hacerlo con determinación, con firmeza, de modo tajante, total.

 

[1] Cautivo del deseo (Of Human Bondage, EE.UU., 1934, RKO Radio Pictures, 83 minutos, B/N). Director: John Cromwell -quien también dirigió La diosa-. Guionista: Lester Cohen, sobre una novela homónima –en inglés– de Somerset Maugham. Protagonista: Leslie Howard. Coprotagonista: Bette Davis. Con, entre otros: Frances Dee, Kay Johnson, Reginald Denny, Alan Hale. Fotografía: Henry W. Gerrad (B&W). Música: Max Steiner. En España puede conseguirse en DVD.

 

 

UNA ACCIÓN DE AMOR COMO LEYENDA

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Él de pie en la calle grita. Ella interpone su cuerpo entre él y el arma del soldado alemán que sentado sobre el tanque en marcha le apunta y lo amenaza…

Es la escena de una película[1] creada desde la invención o la reinvención. Quizás antes fue realidad y anécdota. Quizás ha sido parte de una leyenda. O lo será mañana. Una acción de amor. Como tantas acciones de amor habrá ocurrido en uno y otro y otro extremo del planeta y volverá a ocurrir y a ocurrir hasta que seamos mejores y no haya más guerras.

 Un pequeño pueblo francés durante la Segunda Guerra Mundial. Las tropas alemanas cruzando en sus tanques por el centro del pueblo. Impotentes los habitantes viéndoles pasar y, entre tantos, ella, una agente inglesa. Él, un miembro de la Resistencia, en plena calle, perdidos sus controles, gritando, al paso de la caravana, los nombres de franceses asesinados y desaparecidos. Sobre un tanque que se aproxima, un soldado alemán que lo increpa, que le apunta, que está a punto de disparar. Y él que no se calla. Y ella que le pide que se calle. Y él que no se calla. Y ella que se interpone entre él y la caravana. Y él que no se calla. Y ella que por primera vez lo besa. Lo besa en la boca. Lo besa y lo besa y lo besa a la vista de cada hombre y mujer, de cada ser vivo. A la vista de los alemanes que pasan interminables. Lo besa, ahogando sus palabras, hasta que desaparece el último tanque.

 

[1] Charlotte Gray (Reino Unido/Australia, 2001, color). Directora: Guillian Armstrong. Guionista: Jeremy Brock; guión basado en la novela de Sebastian Faulks. Actores principales: Cate Blanchett (Charlotte Gray), James Fleet (Richard Cannerly), Billy Crudup (Julien Lavade). En el suceso: Julien y Charlotte. En España puede conseguirse en DVD.

 

 Este comentario pertenece al libro inédito Genial amor de este autor.