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si es amor que sea de cine

Comentario con definición incluida

EN EL AMOR EL BIEN DEBE SER EL BIEN Y EL MAL DEBE SER EL MAL

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

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¿Por qué escribir sobre el thriller Confessions[1] (Japón, 2010) en un espacio sobre el amor de dos en el cine? No es una película acerca del amor de la pareja. Es una película sobre el derecho de respuesta como responsabilidad social, el derecho de responder de la profesora de secundaria (impresionante y extenso monólogo inicial) a la que le han asesinado a su única y pequeña hija en búsqueda de notoriedad, de reafirmación mal entendida, de suerte de soberbia y de vanidad, entre más. Supuestamente un alegato en cuanto a la venganza (y en contra del sistema de justicia japonés en cuanto a los menores de edad) y de allí quizás su penúltimo parlamento justificativo y extirpable (por suerte sólo en apariencia el último, dado que lo último que se escucha es una reiteración, sin duda clave, en off).

Pero este amor, el de pareja, su preámbulo, no deja de estar presente en el film. Y lo está de uno de los peores modos: Por medio de una supuesta convergencia entre incomprendidos, entre víctimas circunstanciales de un mismo grupo de escolares adolescentes de trece años. Por medio de una solidaridad mal entendida, por medio de un sentido tergiversado de la comprensión: La de la adolescente delegada del aula hacia uno de sus compañeros: un asesino en potencia, condición de criminal que no es desconocida por el colectivo de estudiantes al que pertenecen que ha comenzado a acosarlo, y luego también a ella porque creen los ha puesto en evidencia ante el nuevo profesor.

Resulta evidente que la vida no es en luz y sombra sino que existen los infinitos matices de las claridades y de las penumbras. Evidente que en general hay que rechazar los extremos: Ese rechazo no puede ser en absolutos: En cuanto a lo esencial humano el bien es el bien como el mal es el mal. Y hay que rechazar el mal, distanciarlo de uno porque el mal contamina. Sumar sin absolutos que el mal casi nunca se redime, su redención suele ser excepción de excepciones y, en efecto, ésta pasa por el haber recibido respuesta.

Señalar lo tanto anterior en cuanto al amor de pareja es una razón cierta para escribir en este espacio sobre Confessions. Mas hay mucho más: se trata de una película extraordinariamente bien realizada, premiada y reconocida, llena de giros, de sorpresas, y una de las más críticas, complejas, oscuras, ácidas, crueles, tensas, expectantes y desagradables que he visto, una de las más diseccionadoras y más directas en cuanto a mucho de lo peor de la naturaleza humana. Una película de cambiantes lentes de aumento microscópico sobre la condición de humano y de animal del ser. Un film marcado por lo modular reiterativo por medio de las confesiones de los varios protagonistas –y es que si de modo formal la protagonista es la profesora, lo cierto es que los tres alumnos y las madres de dos de ellos tienen presencias actorales principales dada su importancia para lo que ocurre–. Un film con varias de las escenas más desgarradoras que he presenciado en el cine.

No estamos ante un melodrama se trata de una auténtica tragedia que denuncia con crudeza la deshumanización: Brutal hasta las entrañas, de las que se rechazan desde el estómago.

Y deseo ser muy rotundo, muy enfático y ante todo muy claro: Lo que está bien está bien y lo que está mal está mal haya hecho lo uno o lo otro quien lo haya hecho. Y así debe ser para cada uno de nosotros –en realidad debiera ser así para todas y todos– los que sabemos que vivir en plenitud es vivir en conciencia. El amor no es azar, es elección.

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[1] Confessions (Kokuhaku, Japón, 2010, 106 minutos, color en tonos azulados y grises). Director y guionista: Tetsuya Nakashima (sobre la novela de Kanate Minato). Protagonista: Takako Matsu (profesora). Con: Yoshino Kimura (madre de Naoki), Yukito Nishii, Kaoru Fujiwara (los dos estudiantes), Ai Hashimoto (la estudiante), Masaki Okada (nuevo profesor). Fotografía (de lo más elogiable, con entre otras la inclusión de la técnica del videoclip): Shoichi Ato, Atsushi Ozawa. Música (banda sonora sobresaliente): Toyohiko Kanebashi, Boris Radiohead. Entre otros galardones: Premio a la mejor película, director, guión y editor de la Academia de Cine de Japón en el 2011 y seleccionada por ésta para competir por el Oscar a la mejor película extranjera (después no fue de las cinco seleccionadas), alabada por los críticos, cuatro semanas seguidas número uno en las recaudaciones niponas y uno de los filmes más taquilleros del año. En España puede conseguirse en DVD.

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TODO EL AMOR DEL MUNDO

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)
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Amor, viendo la película española Tapas(1), de José Corbacho / Juan Cruz, con unos inconmensurables María Galiana y Alberto de Mendoza (ancianos llenos de unas energías y matices de excelencias y resonancias y hallazgos), y unos excelentes Ángel de Andrés, Elvira Minguez, Rubén Ochandiano (actor que ya me había impresionado por sus trabajos en la televisión, y que es capaz de convertir casi cualquier aparición en una para recordar), Alberto Jo Lee y Rosario Pardo, por unos instantes, en medio del entretejido de relaciones y mucho de relaciones de pareja, llegaron las extrapolaciones (durante el tiempo de los comerciales) y pensé en ese momento en que mi madre me cargó por primera vez contra su cuerpo y en su emoción; en cómo debe haberse sentido poseedora de todo el amor del mundo. Y creí sentir una parte de esa emoción, inevitablemente conjunta entonces, y de inmediato cobré certeza de que se trató de un instante irrepetible, uno de esos instantes irrepetibles de que están llenas las existencias humanas; y tuve la seguridad de que no se repetirá para mí ni siquiera algo similar como no se repetirá el último beso de mi madre, uno que no logro recordar, pero que yo, con imagen pública de duro, imagino y tiemblo. Y mientras lloraba en medio de la recomenzada Tapas no me consoló ni siquiera la certeza de que respecto a mis padres no tengo algo que reprocharme. Pensad: Cómo hubiera sido el dolor de arrasador de no tener esta certeza. El amor es cada hora que regresa o anda.
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Este comentario, ahora en algo reescrito, perteneció primero
a Genial amor de este autor bajo el título: “Amor, tapas, extrapolaciones…”
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(1) Tapas (España, 2005, Tusitala, Castelao Productions, 94 minutos, color). Dirección y guión: José Corbacho y Juan Cruz. Actores (y por lo tan coral de la película me voy a permitir el orden alfabético de los que recuerdo en papeles destacados –que no serán todos–): Eduardo Blanco, Ángel de Andrés López, Alberto de Mendoza, María Galiana, Alberto Jo Lee, Elvira Mínguez, Rosario Pardo, Rubén Ochandiano… Fotografía: Guillermo Granillo. Música: Pablo Salas (Tema: Antonio Orozco). Dos Premios Goya 2005: Mejor dirección novel, Mejor actriz de reparto (Elvira Mínguez). Tres Premios Festival de Cine de Málaga 2005: Mejor película, Mejor actriz (Elvira Mínguez), Premio del público. Y aunque el filme es mucho más, como me ha gustado la Sipnosis de FilmAffinity va esta cita: “Varias historias se entrelazan en un barrio de trabajadores de una gran ciudad. El miedo a la soledad de Mariano y Conchi, dos jubilados; la esperanza y tristeza de Raquel, mujer de mediana edad que vive su amor vía Internet; la incertidumbre del futuro de César y Opo; o el descubrimiento que hace Lolo gracias a Mao, su nuevo cocinero, que le muestra que hay otro mundo más allá de su bar.

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HISTORIA DE AMOR PARA LLORAR A GUSTO

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)
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Pueden citarse innumerables películas para llorar a gusto.
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Y muchas y muchos tendrán perfectamente definido su film emotivo preferido, el que más ha tocado adentro sus sentimientos, el que siempre le hará llorar.
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De todas las que me han nublado la vista o me han hecho derramar lágrimas silenciosas, películas que no han sido tantas y menos en proporción a la cantidad de cine que he visto desde la niñez, elegiré sólo una.
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Creo que porque aunque es una película muy conocida, considero que merece el que se vuelva a llamar la atención sobre su historia por si alguien lee estos párrafos, aún no la ha visto, y decide buscarla; o por si alguien descubre que le urgiría el volver a verla.
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Pero primero me referiré al llorar.
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Durante diez años de mi juventud nunca me permití llorar por aquello del machismo de que “los hombres no lloran”. Fue en verdad más que eso, sabía que debía fortalecerme para sobrevivir primero y para estar realmente vivo lo antes posible. Y no es que hubiera sido hasta entonces alguien que llorara a la menor ocasión o con frecuencia. En absoluto. Pero la dureza, que intuía iba a requerir para enfrentar a un mundo del que mucho ya no me gustaba, pasaba para mí en aquellos años por controlar todo lo más posible, y, desde luego por controlas las lágrimas.
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Poco a poco, con los años, cuando me sentí seguro de mí mismo y de mis capacidades, y sobre todo seguro de mi capacidad de respuesta, a la par que convencido de la rapidez de mis reflejos, y de mi fortaleza y de mi firmeza, volví a llorar por excepción y en situaciones de gran dolor, de inmensas pérdidas como el fallecimiento de mis padres, o de emotividades inesperadas.
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Y refiriéndome a unas de las emotividades inesperadas: Me asombra la intensidad del dolor que me llega desde la conmiseración o desde la tristeza presentes en determinados recuerdos de lo vivido; y, aunque en estas ocasiones no lloro, la razón de que no me permita las lágrimas es la certeza de que si en uno de estos momentos llorara no podría parar y me ahogaría en el torrente de mi llanto. Tanto es mi dolor al recordar, tanta la conciencia del otro, de la otra, y de su indefensión.
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Me emociona la condición de bondad del ser humano. La condición de desprendimiento. Y, siempre, la condición de amor. Y, en especial, algo a lo que ya me he referido, cuando se trata de la entrega de quienes tienen pocos bienes materiales y son capaces de darte todo lo que poseen y han atesorado. De darte aquello que simboliza una creencia que han necesitado para continuar vivos. O de darte aquel objeto humilde logrado con tanto esfuerzo y tras tantas ilusiones. O de ofrecerte el único dinero reunido para conseguir la materialización de un sueño.
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Cuando alguien tiene conmigo uno de esos actos excepcionales de desprendimiento que definen la grandeza de la condición humana, me hago responsable. Responsable ante ese acto de amor. Responsable por el otro más allá de futuros errores suyos, de futuras incongruencias e inconsistencias posibles de su parte en el difícil existir. No olvidar que quien algo bueno tuvo, algo bueno podrá rescatar. Esto en cuanto a los otros. Y en cuanto a uno mismo, no olvidar que todo el bien regresa mientras se irradia, se expande y fecunda.
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¿Cuando alguien me dio por primera vez? He sido muy afortunado, mucho dentro de una familia pobrísima: mis padres, mi tía abuela, los que tenían algo material que dar, me lo proporcionaron desde los mayores sacrificios y desde las mayores prodigalidades, y, tanto, cotidianamente y para formarme, para protegerme, para hacerme feliz; más la suma de todo lo que recibí desde el amor, la comunicación, la oralidad de ellos y de otros miembros de la familia como mi abuela paterna.
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¿Cuándo alguien me dio por primera vez y tuve conciencia de ello? ¿Me dio sin tener lo suficiente para sí y para dar? No me refiero a algo tan invalorable como procurarme amor, tiempo… que, son, primero. Me refiero a algo material. ¿Quizás a finales de los años cincuenta el viejo televisor en blanco y negro comprado de segunda mano por mis padres para regalármelo? Seguro bastante antes. ¿Quizás algo después el tocadiscos portátil? Aquel que, aún tan sencillo, costó más de la mitad del sueldo mensual de mi padre que debió de conseguir ese dinero trabajando fatigosas horas extras. Aquel tocadiscos para el que luego no había dinero para comprar discos. Y que me robaron unos años más tarde de la habitación donde dormía en un plan de becas estudiantiles de enseñanza media. El dolor de la pérdida tuvo que ver con la significación sentimental del objeto robado. Fue hondo, intenso. ¿Cómo se puede robar a otro? ¿Cómo se puede robar sin saber el valor real, el valor humano de lo robado? ¿Cómo se puede sustraer? ¿Expoliar? Al robar se puede estar robando algo tan universal y precioso como los anhelos. O como las ilusiones. O como las esperanzas.
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Como puede apreciarse, mientras he escrito los párrafos anteriores he dejado que las palabras sigan en mucho sus propios cauces más que dirigirlas por un único canal, pero, como debo volver a las películas de amor y al llanto que son capaces de provocar, consignar que son las películas justo de lo que más me ha emocionado, y además sin que pudiera, ni deseara, evitarlo. Y más allá de consideraciones morales, que procederían, me emocionó profundamente el sentido dramático de Los puentes de Madison[1], su calado e intensidades, situación trágica sin salida positiva posible dadas las circunstancias en la que se enmarca encuentro y amor, con dos actores que en sus inicios no me gustaron demasiado y que reconozco son dos auténticos colosos en su profesión: Meryl Streep y Clint Eastwood (convertido en excelente director). Tragedia, que no melodrama como ha dicho parte de la crítica, ubicada en un medio rural, donde el silencio tiene relevancia junto a las palabras y las acciones. Una donde no sólo lloran los espectadores sino donde, entre más, se ve llorar al personaje del fotógrafo del National Geographic que encarna Eastwood: Robert Kincaid. Los puentes de Madison, un film clásico: Una de las más absolutas dimensiones del amor. El amor es el más arriesgado de los riesgos.
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[1] Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, EE.UU., 1995, Warner Bros / Malpaso / Amblin, 135 minutos, color). Dirección: Clint Eastwood. Guión: Richard LaGravanese sobre la novela homónima de Robert James Walker. Protagonistas: Meryl Streep y Clint Eastwood. Música: Lennie Niehaus. Fotografía: Jack N. Green. En 1995: Nominada al Oscar: Mejor actriz. Nominaciones al Globo de Oro: Película dramática, actriz dramática. Nominada al César: Mejor película extranjera. En España, donde la vi en un cine madrileño cuando fue estrenada, puede conseguirse en DVD.
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NO HAY AUTÉNTICA CONSTRUCCIÓN DEL AMOR SIN ACEPTACIÓN DE SÍ (Y ACEPTACIÓN DEL OTRO)

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

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La posibilidad del amor de la pareja, de amar y de ser amado, de construir el amor de dos, pasa ineludiblemente por la aceptación de sí –y pasa porque cada parte de la pareja sienta que poder amar al otro es un privilegio que la vida ha concedido–. De las películas cumbres sobre la aceptación de uno mismo: La boda de Muriel[1] (1994), que he vuelto a ver gracias a los servicios bibliotecarios. La había conocido fragmentariamente por la televisión, y de pronto, al encontrarla en video, sentí que tenía que verla de principio a fin, y en compañía. También porque Toni Collete, la actriz protagonista, se ha convertido en una de mis actrices más admiradas después de Japanese history –sobre la que ha he escrito–. Una curiosidad: Toni Collette aumentó 18 kilos en tiempo record para poder asumir el papel de Muriel. Un instante de energía vital irradiada: El dúo de Toni Collette y Rachel Griffiths cuando bailan una canción de Abba como si la cantaran. Un momento de genuina química: El beso entre los personajes de Toni Collette (la obesa Muriel, tan insegura y negada de sí) y Daniel Lapaine (el rubio nadador sudafricano desbordante de perfecciones físicas). La boda de Muriel (numerosos premios y nominaciones, como sus siete nominaciones y cuatro premios del Instituto Australiano del Cine, entre los que destacan los de Toni Collette y Rachel Griffiths) es mucho más que una película sobre la aceptación y los sueños a realizar (el de Muriel: casarse, vestirse de novia), es un film también sobre la discriminación y el rechazo social por el aspecto físico, sobre el culto al cuerpo, sobre la familia y sus deformaciones, sobre la infidelidad y la corrupción política, entre tanto y más. Y, mucho, es un canto magistral sobre la amistad y la solidaridad, y sus circunstancias, complejidades y dificultades. Un canto de triunfo de lo humano que, narrado con maestría desde numerosos y a veces sorprendentes sucesos, va del humor punzante al drama, para la sensibilización y la reflexión, sin dejar de divertir y de ser inolvidable como historia, como cine. El amor mide la estatura.

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[1] La boda de Muriel (Muriel’s Wedding, Australia/Francia/USA, 1994, 105 minutos, color). Dirección y guión: P. J. Hogan. Protagonista: Toni Collette. Coprotagonista: Rachel Griffiths. Con un elevado nivel general en las actuaciones, no perderse a: Jeanie Drynan como la madre de Muriel y a Matt Day como el joven enamorado. Fotografía: Martin McGrath. Música: Peter Best (con fuerte presencia de las canciones de Abba). En España puede conseguirse en DVD.

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EL DESPRENDIMIENTO DE REGALAR AL AMOR LO MÁS PRECIADO

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Todo regalo, toda dádiva puede tener mérito, dependerá en mucho su significación más amorosa de las intenciones al regalar. Cuando regala quien tiene, el regalar puede ser meritorio, incluso muy meritorio, y si lo es debe ser reconocido y apreciado, quedar en la memoria y retornar al consciente. Pero a mí lo que me parte del todo el corazón y me toca del todo la conciencia es cuando alguien que no tiene regala lo único que tiene, aquello que conserva como preciado, que protege como su tesoro más entrañable, como su más valioso caudal. Da igual si ese tesoro es una estampa sin costo, o es una flor seca guardada durante décadas porque pareció la más hermosa o porque llegó desde los universos de la ternura, o si son las canciones que se han ido reuniendo a lo largo de los años. Da igual lo material, lo económico. Importa el desprendimiento explícito, la indefensión implícita: El amor. El cine ha plasmado, ha testimoniado, este instante supremo del dar. La referencia más próxima que puedo recordar es justo la que me ha llevado a pensar nuevamente en la prodigalidad de quien da por amor lo único que posee: Una escena de una violenta película de aventuras ubicada aproximadamente en el Siglo IX, un auténtico y riguroso clásico cinematográfico del género: Los vikingos[1], y el momento en que el personaje de Eric (Tony Curtis) –aún esclavo- da a la Princesa Morgana (Janeth Leigh) el colgante con la empuñadura de la espada –único objeto que llevaba encima cuando de niño fue capturado–. El amor es un prisma de la entrega.

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[1] Los vikingos (The Vikings, EE.UU., 1958, 114 minutos, color). Director: Richard Fleischer. Guionistas: Calder Willingham y Dale Wasserman, adaptación basada en la novela The Vikings de Edison Marshall. Protagonistas: Kirk Douglas, Tony Curtis, Ernest Borgnine y Janet Leigh. Destacan también: James Donald, Alexander Knox y Frank Thring. Narrador: Orson Welles. Música: Mario Nascimbene. Fotografía: Jack Cardiff (que años después dirigiría una nueva película sobre vikingos: The Long Ships –en España: Los invasores, 1964). Premio Laurel Award como mejor película dramática 1959. Premio al Mejor Actor (exaequo) del Festival de San Sebastian para Kirk Douglas. En España puede conseguirse en DVD.

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TRECE PELÍCULAS DE AMOR CON ESPERANZA

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

Cuando desde el amor a uno se le pide, uno responde con amor. De repente tuve la sorpresa de que se me pidiera que escribiera algo especialmente esperanzador en este blog. He pensado en señalar trece películas que yo tenga en la videoteca –en específico de ésas que atesoro y he logrado reunir sobre el tema del amor; no todas en DVD ni en castellano y/o subtituladas–. Y que sean películas que, más allá o más acá de sus significaciones y valores cinematográficos, se expresen sobre el amor de la pareja con optimismo, cuyo argumento, cuyo final, cuyo mensaje más predominante reafirmen la esperanza en que el amor de la pareja es posible y lo ha sido en todas las épocas y sociedades, no obstante, las tantas y diversas dificultades a enfrentar.

De las que ya he mencionado en Si es amor que sea de cine, apunto ante todo Mañana lloraré[1], no solamente por la influencia que ha tenido sobre mi formación y mi vida, y por la presencia de mi actriz preferida, Susan Hayward, sino porque su conclusión es, desde la solidaridad del otro y desde la transformación de un ser humano, un canto a la esperanza.

Y registro para destacarla Tú y yo[2] (Algo para recordar), la versión con Deborah Kerr y Cary Grant, y donde el personaje caracterizado por Cathleen Nesbitt y la propia actriz tanto decisivo aportan, aunque debo reiterar que, como respecto a casi todas, desde mi visión del mundo cuestiono muchas de sus características y de sus valores, y que lo que extraigo, teniendo en cuenta el momento de desarrollo humano y la complejidad humana, social de la comunicación y las relaciones en cada época, es el aliento que estas películas expanden, la sensación de esperanza que trasmiten, sus resultados de ilusión, de confianza, de comprensión, de amor en suma.

Y refiriéndome a Cathleen Nesbitt, extraordinaria actriz de reparto, entre las películas en las que aparece en los años cincuenta esta anciana memorable se encuentra Creemos en el amor[3] (Tres monedas en la fuente) –con un argumento ubicado en Roma y unos protagonistas corales–, que igual he mencionado antes en este blog, y que también anoto entre las que ahora selecciono.

Referida en este blog, y con la que tengo aún más profundas divergencias en cuanto a visión del mundo que con Tú y yo, me es imposible no elegir La colina del adiós[4], con Jennifer Jones y William Holden, porque, a pesar del lastre de sus postulados y, mucho, de la presencia trágica de la muerte, es un canto al amor y a la fuerza confortadora del tiempo compartido y de sus permanencias.

Como en toda mi infancia el cine que vi fue norteamericano, y como sigue siendo el predominante en las pantallas del mundo occidental, éste tendrá una gran presencia en la selección. Y esta afirmación me hace recordar una extraordinaria película –que no consignaré en este listado porque no la poseo y no puedo volver a verla a lo largo de escribir este texto–, inscripta en otro universo y trascendencias: Estación para dos (URSS, 1982; Una estación de tren para dos, Una estación para los dos), con Liudmila Gúrchenko y Oleg Basilashvili, actuada también por el sin par Nikita Mikhalkov, uno de los filmes más esperanzadores que conozco.

Para seguir apelaré al orden cronológico de realización al mencionar las seleccionadas. De las cuatro que he distinguido hasta este instante, todas de la década del cincuenta, dos son melodramas puros y duros, bordeando la tragedia: Mañana lloraré y La colina del adiós, y otra, también, Tú y yo, aunque con menos intensidades dramáticas, mientras Creemos en el amor tiene más elementos de comedia –tendría que volver a verla completa para firmar una categorización más absoluta.

Toca el turno pues a otras cuatro de los dorados cincuenta: Sabrina[5], Picnic[6], En una isla tranquila al sur (Verano de amor)[7] y Con faldas y a lo loco[8] –por fortuna no faltan dos comedias, aunque de muy diferente gradación humorística, porque las otras, la segunda y la tercera de estas cuatro, son un melodrama.

Mencionar a Sabrina –suerte de idealizado cuento de hadas narrado con humor– es de nuevo una concesión en lo ideológico, que explico desde el encanto y la maestría de sus actores principales: Audrey Hepburn, Humphrey Bogart y William Holden, y desde otras inferencias que pueden hacerse de su conclusión más allá de los ámbitos económicos de la pobreza y la riqueza. Picnic, con Kim Novak y William Holden –dado lo reiteradamente que aparece en la selección podría pensarse que Holden era mi actor favorito en los cincuenta, pero no, era Montgomery Clift–, y en especial con una inconmensurable Rosalind Russell, deviene una apuesta por la capacidad de riesgo y por la autenticidad. Verano de amor (título más adecuado y con el que la vi en mi infancia) reúne amor maduro, amor juvenil, negaciones que buscan su afirmación y un tema musical de una belleza y una energía vivificadoras. Mientras Con faldas y a lo loco es un divertimento delirante, a ratos farsesco, que se ubica en los años veinte, con Marilyn Monroe, Tony Curtis y Jack Lemmon en sus mejores instantes, y un George Raft en el reparto que, por segundos, los supera.

De los sesenta, la francesa Vivir para vivir[9] (Vivir por vivir) –y ésta es para mí de nuevo una concesión tal que me resulta difícil creerme que la distingo–, con Annie Girardot –una de mis preferidas–, Yves Montand y Candice Bergen –con la que durante una de mis giras estuve dialogando en el Aeropuerto de Santiago de Cuba, ella como de incógnito, en los años setenta o en los ochenta, sobre films en los que había intervenido–. Película en la misma línea, por ejemplo, de la anterior en el tiempo Una cierta sonrisa (sobre la novela de Françoise Sagan; que no he conseguido volver a ver) sobre matrimonio que envejece y hombre que no es congruente ni consistente como pareja, pero donde todo se resuelve en positivo dado que se trata de un melodrama y no de una tragedia.

De los ochenta, la norteamericana, insertada en lo fantástico, que me fascina argumentalmente: En algún lugar del tiempo[10] (Pide al tiempo que vuelva) con Jane Seymour y Christopher Reeve, sobre lo inconmensurable de la concepción del amor. Y la alemana Sugarbaby[11] (Zuckerbaby) –de nuevo una comedia; que, con Estación para dos, primero, y Mañana lloraré, pertenece más a mi prisma–, con Marianne Sägebrecht y Eisi Gulp, historia de un flechazo desaforado que se convierte en una historia de amor.

Por último y para no entrar en el Siglo XXI, de los noventa apuesto por la irlandesa Juego de lágrimas[12], con Stephen Rea, Jaye Davidson, Forest Whitaker, una oda a la diferencia, a la fuerza del amor y a lo mejor de la condición humana, que con Sugarbaby, y, en cierta medida, con Con faldas y a lo loco me permite, por distintas razones, incluir un mayor espectro respecto a la pareja posible. Y por la inglesa norteamericana Notting Hill[13], con Julia Roberts y Hugh Grant, si bien sin profundidades de excepción, sí una ficción de amor eficaz, encantadora, entrañable.

El amor es un trapecio de la esperanza.


[1] Mañana lloraré (I’ll Cry Tomorrow, EE.UU., Metro Goldwyn Mayer, 1955, 117 minutos, B/N). Director: Daniel Mann. Guión: Helen Deutsch, Jay Richard Kennedy, basado en el libro de Lilian Roth, Gerold Frank, Mike Connolly. Protagonista: Susan Hayward. Destacan además: Jo Van Fleet, Richard Conte, Eddie Albert, Don Taylor, Ray Danton. Juraría que la vi por primera vez en el Cine Guerrero, de Camagüey, por azar cuando mi padre me llevo a ver alguna película de acción –entonces solían exhibirse juntas dos películas–, y por segunda vez, más o menos treinta años después, en una plaza de Monterrey, en 1987, tembloroso, emocionado. Ver la primera entrada de este blog.

[2] Tú y yo (An Affair to Remember, EE.UU., 20th Century Fox, 1957, 115 minutos, color). Director: Leo McCarey, que realizó este remake de su Tú y yo, 1939, entonces con Irenne Dunne, Charles Boyer. Guión: Delmer Daves, Leo McCarey. Protagonistas: Deborah Kerr, Cary Grant. Destacan además: Cathleen Nesbitt (excelente, puede vérsela además, por ejemplo, en Mesas separadas, de nuevo junto a Deborah Kerr, como antes en Creemos en el amor / Tres monedas en la fuente, 1954; el personaje de la anciana más tarde lo caracterizó Katherine Hepburn), Richard Denning. Nominaciones, Oscar: 4. Otra película a la que, sin dejar de enjuiciar buena parte de sus valores, sigo volviendo a ver. En España puede conseguirse en DVD.

[3] Creemos en el amor (Three Coins in the Fountain, EE.UU., 20th Century Fox, 1954, 102 minutos, color). Director: Jean Negulesco. Guionista: John Patrick (también de La colina del adios). Protagonistas: Dorothy McGuire, Clifton Webb, Jean Peters, Louis Jordan, Maggie McNamara, Rossano Brazzi. Fotografía: Milton Krasner. Música: Víctor Young. Oscar a la mejor fotografía a color. Oscar a la mejor canción. Debo haberla visto en Camagüey. De mi infancia recuerdo mucho la canción, que llegué a tener en un disco de plástico muy a fines de los cincuenta con una vista de la Fontana de Trevi. En España puede conseguirse en DVD.

[4] La colina del adiós (Love Is a Many Splendored Thing, EE.UU., 20th Century Fox, 1955, 102 minutos, color). Director: Henry King. Guionista: John Patrick, guión basado en la novela de Han Suyin. Protagonistas: Jennifer Jones, Willian Holden. Película ganadora de 3 Oscar con la que desde hace mucho, en tanto de lo esencial, estoy en desacuerdo, pero que sigo volviendo a ver. Recuerdo que la vi por primera vez a fines de los cincuenta en el Cine Avellaneda, en Camagüey, grande y de tablas, y que la reponían con frecuencia y yo regresaba. Y como en cuanto a muchas otras de los cincuenta, la emoción de reencontrarla en Madrid en DVD...

[5] Sabrina (EE.UU., Paramount Pictures, 1954, 113 minutos, blanco y negro). Director: Billy Wilder. Guionistas: Billy Wilder, Samuel Taylor, Ernest Lehman (sobre la obra teatral de Samuel A. Taylor: Sabrina Fair). Protagonistas: Audrey Hepburn, Humphrey Bogart, William Holden. Destacan además: Martha Hyer, John Williams. Fotografía: Charles Lang Jr. Música: Frederick Hollander. Nominada a seis, obtuvo: Oscar al Mejor Vestuario en Blanco y Negro. No la vi en mi infancia, debo haberla visto por primera vez en Madrid ya en este Siglo XXI. En España puede conseguirse en DVD.

[6] Picnic (EE.UU., Columbia Pictures Corporation, 1955, 115 minutos –la original; 113 en DVD–, color). Director: Joshua Logan. Guionista: Daniel Taradash (sobre una obra del dramaturgo William Inge). Protagonistas: Kim Novak, William Holden. Destacan además: Rosalind Russell, Susan Strasberg, Betty Field, Arthur O’Connell. Fotografía: James Wong Howe. Música: George Duning. Nominada a seis, obtuvo: Oscar al mejor montaje, a la mejor dirección artística color. Es una de las películas vistas en mi infancia, en Camagüey, a la que llegó precedida de una gran publicidad por lo desacostumbrado por entonces de su erotismo. En España puede conseguirse en DVD.

[7] En una isla tranquila al sur (A Summer Place, EE.UU., Warner Bross Pictures, 1959, 130 minutos, color). Director y guionista: Delmer Daves (sobre una novela de Sloan Wilson). Protagonistas: Dorothy MacGuire, Richard Egan, Sandra Dee, Troy Donahue. Fotografía: Harry Stradling. Música: Max Steiner. Su tema musical hizo furor por el mundo. En España aún no la he encontrado en DVD.

[8] Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, EE.UU., United Artists, 1959, 119 minutos, blanco y negro). Director: Billy Wilder. Guionistas: Billy Wilder, I. A. L. Diamond (sobre un relato de Robert Thoeren y Michael Logan). Protagonistas: Marilyn Monroe, Tony Curtis, Jack Lemmon. Destaca además: Joe E. Brown (memorable). Fotografía: Charles Lang Jr. Música: Adolph Deutsh. Nominada a seis, obtuvo: Oscar al Mejor Vestuario en Blanco y Negro. En España puede conseguirse en DVD.

[9] Vivir para vivir (Vivre pour vivre, Francia, Les Films Ariane / Les Productions Artistes Associés / Vides Cinematografica, 1967, 130 minutos, color). Director: Claude Lelouch. Guionistas: Claude Lelouch, Pierre Uytterhoeven. Protagonistas: Annie Girardot, Yves Montand, Candice Bergen. Fotografía: Patrice Pouge. Música: Frances Lais. Nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa. En España aún no existe en DVD.

[10] En algún lugar del tiempo (Somewhere in Time, EE.UU, Universal Pictures, 1980,104 minutos, color). Director: Jeannot Szwarc. Guión: Richard Matheson (sobre su novela). Protagonistas. Jane Seymour, Christopher Reeve. Destacan además: Christopher Plummer y Teresa Wright. Puede que la viera por primera vez en México D. F. En España aún no la he encontrado en DVD.

[11] Sugarbaby (Zuckerbaby, Alemania, 1985, 86 minutos, color). Director y guionista: Percy Adlon. Protagonista: Marianne Sägebrecht. Destaca también: Eisi Gulp. Fotografía: Johanna Heer. Música: Dreieier. La vi por primera vez en La Habana, en blanco y negro aunque parece originalmente fue filmada en color. En España no existe en DVD.

[12] Juego de lágrimas (The Crying Game, Irlanda, Miramax, 1992, 113 minutos, color). Director y guionista: Neil Jordan. Protagonistas: Stephen Rea, Jaye Davidson (National Board of Review: Mejor actor novel, nominado al Oscar como mejor actor de reparto). Destacan además: Forest Whitaker, Miranda Richardson. Fotografía: Ian Wilson. Música: Anne Dudley. Nominaciones al Oscar: 6. Oscar al mejor guión original. Entre otras nominaciones y premios. En España, donde la vi en un cine madrileño, puede conseguirse en DVD.

[13] Notting Hill (EE.UU. / Inglaterra, Polygram Filmed Entertainment / Working Title Films, 1999, 124 minutos, color). Director: Roger Michell. Guionista: Richard Curtis. Protagonistas: Julia Roberts, Hugh Grant. Destaca además: Rhys Ifans. Fotografía: Michael Coulter. Música: Trevor Jones. En España, donde la vi en un cine madrileño, puede conseguirse en DVD.

 

 

CICLO EN HOMENAJE A DEBORAH KERR

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Me he programado en video un Ciclo de Cine “Homenaje a Deborah Kerr”, estrella primero del cine británico y más tarde del norteamericano que, nacida el 30 de Septiembre de 1931, falleció el 16 de Octubre del 2007 en su casa de Suffolk, Inglaterra, su país de origen, luego de padecer durante varios años la enfermedad de Parkinson. Su viudo, el escritor y guionista Peter Viertel (autor del guión de La reina de África, de John Huston, de Fiesta, de Henry King y sobre la novela de Ernest Hemingway, y de Cazador blanco, corazón negro de Clint Eastwood, entre más) como corresponde a los grandes amores que han durado décadas (se casaron en 1962, siendo el segundo matrimonio para Deborah Kerr), murió sólo 22 días después en Marbella donde también solían residir, aunque desde hacía años vivían en Suiza. Deborah Kerr candidata seis veces al Oscar lo recibió de la Academia en el año de 1994 y en reconocimiento de toda su carrera en el cine, en la que caracterizó magistralmente en complejidades y matices personajes tan disímiles como la disciplinada y reprimida monja de Narciso Negro y la esposa desatada e infiel de De aquí a la eternidad, para llegar entre tantos más a la tímida y alienada solterona de Mesas separadas. Confieso que yo en los últimos años siempre tuve la ilusión de que alguno de los grandes festivales cinematográficos españoles le rindiera tributo y lo esperé emocionado. Y por cierto, volviendo a Deborah Kerr y Peter Viertel, si dos personas con mucho talento son pareja a lo largo de mucho tiempo inevitablemente concluyo que son buenas personas. Poco a poco me deslumbró Deborah Kerr, por sus capacidades de excepción para crear unos y otros personajes, desde el cine norteamericano de los cincuenta, aunque algunas de esas películas las vi a comienzos de los sesenta; de toda esa época: Las minas del rey Salomón (King Solomon’s Mines, 1950) de Andrew Marton, Quo Vadis? (Quo Vadis?, 1951) de Mervyn LeRoy, El prisionero de Zenda (The Prisoner of Zenda, 1952) de Richard Thorpe, tres que disfruté varios años después de estrenadas, en Camagüey, Cuba, en la década de los cincuenta; Julio César (Julius Caesar, 1953) de Joseph L. Mankiewicz, De aqui a la eternidad (From Here to Eternity, 1953) de Fred Zinneman, El rey y yo (The King and I, 1956) de Walter Lang, Té y simpatía (Tea and Sympathy, 1956) de Vincente Minnelli, Tú y yo (An Affair to Remember, 1957) de Leo McCarey, Buenos, días tristeza (Bonjour tristesse, 1958) de Otto Preminger, Mesas separadas (Separate Tables, 1958) de Delbert Mann, de éstas alguna puede que la haya visto a finales de los cincuenta, y la mayoría en los sesenta y en la Cineteca (en la Cinemateca de Cuba, en La Habana, entre otras cosas porque cuando se estrenaron estaban prohibidas para los niños); y a fines de los sesenta principios de los setenta fue cuando debo haber visto la inquietante Otra vuelta de tuerca (The Innocents, 1961) de Jack Clayton y El compromiso (The Arrangement, 1969) de Elia Kazan (a quien aún no detestaba). El Ciclo estuvo precedido por el hecho de que hace muy poco volví a ver De aquí a la eternidad y Tú y yo, y porque vi por primera vez Vivir un gran amor (The End of the Affair, 1955) de Edward Dmytryk (la Kerr, Van Johnson y John Mills, admirables, pero es mejor el guión del reciente remake con un reparto encabezado por Julianne Moore), Días sin vida (Beloved Infidel, 1959) de Henry King, y La noche de la iguana (The Night of the Iguana, 1964) de John Huston; y lo he inaugurado viendo, en noches seguidas, dos para mí inéditas: Narciso Negro (Black Narcissus, 1947, etapa inglesa) de Michael Powell y Emeric Pressburgery, y Sombras de sospecha (The Naked Edge, 1961) de Michael Anderson, pensando en seguir con la para mí también inédita Sólo el cielo lo sabe (Heaven Knows, Mr. Allison, 1957) de John Huston, y con volver a El compromiso y a, mi preferida, Tú y yo (en Cuba: Algo para recordar), una que sé no debía serlo, emblemática de Deborah Kerr (y Cary Grant) y del cine de amor de pareja, una que he visto decenas de veces.  El amor reinaugura la eternidad, he escrito, y ahora lo reafirmo.

 

Este comentario pertenece al libro inédito Genial amor de este autor.