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si es amor que sea de cine

UN LARGO TIEMPO ESTOS MESES EN QUE SÍ QUE HE VISTO MUCHO CINE

Francisco Garzón Céspedes

 

Desde los seis años de edad veo cine cada semana. El cine es una pasión y un disfrute. Un aprendizaje. Y una constatación. Y tanto que no anoto. Veo más de una película a la semana, unas, otras, de muy diversos géneros y procedencias, de muy diversas características. A lo largo de mi existencia durante muchas semanas he visto seis películas en siete días. Así que desde Diciembre del 2013, en que pude escribir antes de ahora en este blog, he visto una gran cantidad de películas. Cierto, no a todas les presto la misma atención con aquello de que en la actualidad pueden verse en casa y no solo en la programación televisiva o, desde luego, en el cine. En estos meses me ha sido evidente del todo que no puedo escribir en este espacio con la meticulosidad que escribía. Así que tengo que reflexionar que haré a partir de hoy (mucho agradezco las más de 10,000 vistas cuando ni siquiera he podido escribir con constancia por el exceso de trabajo). Por lo pronto recomendar tres grandes películas, aunque alguna o algunas de las tres no tengan tanto como centro el amor de la pareja (por lo de "si es amor que sea de cine). Por cierto, las he visto gracias a la Biblioteca de  mi zona (ah, las bibliotecas, esas maravillas): El castillo de arena (Japón, 1974), Red Road (Reino Unido, 2006), La suerte de Emma (Alemania, 2006), difundidas y premiadas sus datos pueden consultarse en la Red: yo lo que deseo es subrayar a quienes les interesen los sentimientos, sus complejidades y honduras, sus dimensiones inconmensurables, que no hay que perdérselas. En Red Road una Kate Dickie que ojalá haya llegado al cine para quedarse. Y en La suerte de Emma, el regreso de los dos personajes a la casa después de..., la entrada por la puerta de esa mujer y de ese hombre, uno de los momentos más hermosos del amor en el cine. El amor es el temblor que reinaugura la infinitud.

SEIS MELODRAMAS DONDE EL AMOR MUERDE

Francisco Garzón Céspedes 

 

Dentro de un ciclo de melodramas norteamericanos más amplio que me he programado en este Julio, en los últimos seis días he visto por primera vez o vuelto a ver igual número de películas de los años cincuenta y sesenta: de las primeras: Anastasia (diferente a las otras por su carácter pretendidamente histórico), La noche de la iguana, Mesas separadas, Un tranvía llamado deseo; de las segundas: En la mitad de la noche (Medianoche pasional), Verano y humo. Todos estos filmes son versiones cinematográficas de melodramas teatrales, y tres en específico de obras de Tennessee Williams: La noche de la iguana, Un tranvía llamado deseo y Verano y humo. Cinco de los originales fueron escritos en inglés y sólo uno en francés: Anastasia. Los, tantas veces excepcionales, melodramas de los cincuenta fueron esencia de mi educación sentimental en la niñez, y, hasta el día de hoy siguen nutriéndome y ayudándome a comprender la complejidad de las relaciones humanas, y, mucho, de las amorosas. Porque sí, mayoritariamente los melodramas giran en torno al amor, a la pareja, a las interacciones humanas más íntimas, aunque, desde luego involucran otros muchos temas: los vínculos y dinámicas familiares y sus deformaciones, la enfermedad, la vejez, la muerte… En todos los casos, en estas seis películas hay cuando menos una dirección notable, y, en dos, sobresaliente Mesas separadas y Un tranvía llamado deseo, y en una descomunal La noche de la iguana (John Ford). También en todos los casos las actuaciones son sobresalientes. Aunque yo distinguiría, en las femeninas protagónicas o co-protagónicas, las de: Deborah Kerr en La noche de la iguana y Mesas separadas, donde también la de Rita Hayworth, Geraldine Page en Verano y humo, Kim Novak en Medianoche pasional, Helen Hayes en Anastasia y Kim Hunter en Un tranvía llamado deseo, y las secundarias de Gladys Cooper en Mesas separadas, y Una Merkel en Verano y humo, sin desdeñar otras alabadas por la crítica y hasta premiadas con un Oscar (esto igual para los hombres). Y distinguiría, en las masculinas protagónicas, las de Richard Burton en La noche de la iguana, Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo, Fredric March en Medianoche pasional y el Laurence Harvey del final de Verano y humo, y las secundarias de Karl Malden en Un tranvía llamado deseo y Cyril Delevanti en La noche de la iguana (que incluye un poema grandioso en la voz de este actor). Y, no obstante que recomiendo encarecidamente ver las seis películas, las que mejor han resistido en mi opinión el paso del tiempo, o al menos el paso de mi tiempo, son: La noche de la iguana y Medianoche pasional. Y el momento cumbre, uno de La noche de la iguana: la conversación de los personajes de Deborah Kerr y Richard Burton cuando éste, borracho, está amarrado a una hamaca. Toda una lección de sabiduría sin límite de interés temporal. En cuanto a Medianoche pasional es uno de los melodramas que con más valentía encara la tragedia de envejecer y la del desencuentro en el tiempo (la diferencia abismal entre la edad de los amantes); tragedias –que no melodramas– que la sociedad hasta hoy prefiere no encarar en la cotidianeidad ni casi en ninguna otra esfera, y desde luego no en cuanto al horror que involucran, no en profundidad. Estos melodramas me llevan a  recordar mi verso que expresa: “el as de corazones muerde su insegura verdad sobre la mesa”, así en todos ellos el amor de pareja.   

 

(1) En la mitad de la noche / Medianoche pasional (Middle of the Night, EE.UU.,Columbia Pictures, 1959, blanco y negro, 113 minutos). Director: Delbert Mann. Guión: Paddy Chayefsky, basado en la obra teatral de Joshua Logan. Protagonistas: Kim Novak, Fredric March. Destacan además: Glenda Farrell, Albert Dekker, Martin Balsam y Lee Grant, e interviene con acierto Lee Philiphs. Fotografía: Joseph C. Brunt.  Música: George Bassman. Nominada a la Palma de Oro como mejor película en el Festival de Cannes de 1959. En España puede encontrarse en DVD. Con Kim Novak no perderse el melodrama Un extraño en mi vida (en otros países: Vecinos y amantes).

EL AMOR DESCONOCE DECIR ADIÓS

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

"¿Serás bueno conmigo, verdad?" Le pregunta ella (Catherine / Jennnifer Jones) a él (Frederick / Rock Hudson). Hay que ver Adiós a las armas (Farewells to Arms) sobre el libro homónimo de Ernest Hemingway. Hay que ver, en días subsiguientes, las dos versiones, la de 1932 (USA, director Frank Borzage, guión Ben Hecht), y la de 1957 (USA, director, Charles Vidor, guión Benjamin Glazer y Oliver H. P. Garrett). Ésta de poder decidir ver las dos versiones, sin esperar a su reestreno o a que la programen en la televisión, es una excelente posibilidad contemporánea. Y hay que leer luego, lo antes posible, la novela original en una fiel traducción. En este caso, dadas las muy buenas versiones cinematográficas, mejor en ese orden. Porque si la leemos primero, y desde las excelencias de la literatura de Hemingway y desde nuestra imaginación y paisaje interior ponemos rostros y características a los personajes, nos va a ser muy difícil aceptar las particularidades de los actores. Y por esto hay que elegir cuidadosamente cuál de las dos versiones vemos primero. Y yo propongo que primero la de 1957 por ser la más extensa, 146 minutos, mientras que la del año 1932 dura aproximadamente 78 (esto no la hace peor, la hace, entre mucho más, diferente). ¿Y por qué recomiendo ver las dos versiones y leer la novela? Podría argumentar en extenso. Sólo diré que, ante todo, porque su historia de amor resulta de tal intensidad que devuelve la confianza en la capacidad de amor de los seres humanos, y porque reafirma la certeza en la rotundidad con la que pueden elegirse como pareja para siempre y priorizar cada uno al otro y priorizar su amor. Y esto, igual ante todo, es conmovedor porque habla de grandeza y de entrega y de devoción y de valor y de firmeza y de sensibilidad. Habla de reconocerse. De conocerse y de reconocer al otro. Habla de los seres humanos que logramos ser. Y de cómo el amor es la inmortalidad por excelencia. Y de cómo el amor desconoce decir adiós. Escribiendo y escribiendo, y con la tranquilidad de que lo esencial está ya escrito, asegurar que (y voy a aludir cronológicamente) no es cierto que Gary Cooper fuera inexpresivo (como se ha afirmado) y que Rock Hudson (como tanto se pensaba en los años cincuenta) no pudiera ser un buen actor (y no por excepción). Excelentes (y muy distintos) los dos en el norteamericano conductor de ambulancias Teniente Henry Frederick, del ejército italiano durante la Primera Guerra Mundial. Cooper caracterizando a un hombre desnudo en su indefensión y desolación. Hudson auténtico en cada suceso, mostrando la transformación del protagonista con precisión y vulnerabilidad. En la enfermera inglesa Catherine Barkley: Helen Hayes, una actriz soberbia, que de inicio no parece apropiada para el personaje porque no siempre es luminosa y atractiva, vivaz y hechizante, va creciendo hasta una escena final absolutamente memorable e insuperable. Jennifer Jones, una gran actriz (ganadora del Oscar al igual que la Hayes, ésta dos veces), no consigue estar de principio a fin siempre convincente, pero a lo largo de sus apariciones tiene una cantidad considerable de secuencias donde, además de ser más creíble (en general) que la Hayes para el personaje, está magnífica y nos permite sentir y reflexionar sobre sus significaciones. Y sobre las significaciones de lo que dice. Adolphe Menjou y Vittorio de Sica en el expresivo y extrovertido cirujano Mayor Rinaldi, construyen caracterizaciones de primerísimo orden. Y Alberto Sordi (en el sacerdote de la versión de 1957) a la altura de los más profesionales, de los que hacen que uno no pueda emplear el término “papel secundario”. Y no son todos. Ni todo el buen hacer cinematográfico, más allá de los avances a la orden en 1957 frente a lo existente 35 años antes. Por ejemplo, el color frente al blanco y negro (aunque el blanco y negro es muy apropiado para una historia de comienzos del Siglo XX). Y más allá de aspectos de las ambientaciones que muestran sus insuficiencias y costuras. Escenas para recordar, numerosas. Por no hablar de los momentos principales y revelarlos, señalo la filmación de la retirada del ejército italiano en las dos versiones. "¿Serás bueno conmigo, verdad? Cariño, tendrás que ser muy bueno conmigo porque vamos a tener una vida extraña, pero es la única vida que yo quiero vivir."

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EL AMOR ENTRE NOSOTROS: HUMANOS NO IDEALES

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)
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El surgimiento del amor entre personas de distintos países, como sabemos generalizadamente, es posible. Y debería ser deseable. En el otro extremo, el que la construcción del amor entre seres humanos de diferentes idiosincrasias es casi un imposible en armonía. Y la armonía es esencial para la cuota de felicidad alcanzable por instantes. Un derecho y casi un deber tan necesarios: la felicidad, el ser felices. A veces pienso con fuerza que sólo habría que vivir permanentemente en el propio país (por más que en el tiempo tanto se llegue a amar ese otro país en el que se habita). Que sólo habría que amar a una persona de nuestra misma idiosincrasia. Que los complejos procesos de vivir y de amar en otro país pueden resultar demasiados laberínticos e inarmónicos, demasiado dolorosos, demasiados desgarradores, y todo esto demasiadas y continuas veces. Y, sin embargo, concluya lo que concluya, conclúyase lo que conclúyase, todo lo señalado seguirá ocurriendo, y así será para siempre y algunas veces será hermoso y mejorará el amor en todo el planeta. En lo que a mí respecta no sólo he tenido suerte sino que he puesto todos mis empeños. Grandiosos el experimentado Sergio Castellito y la novísima Tai Ling en La estrella ausente[1] (2006), historia sobre la diferencia de cultura y sus desencuentros y entretelones, y también sobre sus encuentros; y, tanto, historia acerca de un hombre bueno, amoroso de su trabajo y empecinado en cuanto a accionar en conciencia enfrentando dificultades tras dificultades. No obstante ser ejemplar lo narrado en cuanto a un ser humano justo ejemplar (que no perfecto), la credibilidad se reciente por prejuicios o subestimaciones respecto al Oriente (y a más) como en la escena que cuenta lo que ocurre finalmente con la pieza perfeccionada llevada por el ingeniero italiano Vincenzo hasta una fábrica de la remota China adonde ha ido a parar el alto horno adquirido por unos ejecutivos chinos en Italia (ese fragmento debió finalizar con el obrero chino yendo en bicicleta hacia la fábrica con el maletín hasta entonces del ingeniero, y dentro…). Una lástima porque la película como totalidad y en mucho es de lo excepcional a todos los niveles. Y porque deviene un testimonio de vivencias, de costumbres, de procesos, de modos de ser. Considero que más que narrar un viaje de redención –como se ha afirmado–, narra un viaje por pasión en relación al trabajo y a la investigación, al perfeccionamiento técnico, uno por compromiso y por conciencia, y de allí que no se cuente que el personaje pretende redimirse de esto, eso o aquello. Sólo que este ángulo de visión podría requerir miradas de idéntica capacidad de compromiso en cuanto al quehacer. El punto culminante, el llanto de Vincenzo (magistral Sergio Castellito, como en otras películas, no olvidar la potente y conmovedora No te muevas /2004/ que dirigió y actuó –y donde está inigualable Penélope Cruz–), no considero que es de redención sino de comprensión, de conciencia del otro, y de autocrítica, así como de temor por haber perdido el posible amor en sus preámbulos mismos. El amor entre nosotros: humanos no ideales es una carrera de obstáculos visibles e invisibles, que no define otra meta que no sea el propio empecinado correr de cada quien de la pareja en paralelos que buscan convergencias y van sumándolas con hechos y testimonios de la propia vida tanto sumada como restada, dividida, multiplicada.
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[1] La estrella ausente (La stella che non c’è, Italia, 2006, coproducción Italia-Francia-Suiza-Singapur, drama /melodrama/, color, 103 minutos). Director: Gianni Amelio. Guión: Gianni Amelio, Umberto Contarello (sobre novela de Ermanno Rea). Con: Sergio Castellito, Tai Ling. Fotografía: Luca Bigazzi. Música: Franco Piersanti. Con nominaciones y varios premios, entre otros Festivales, en Venecia.






EL AMOR REDIME

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

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Arenas de muerte[1] es una película norteamericana de 1957 sobre la redención. El amor redime. En este caso y entre más, redime de la prostitución (de la prostituta: caracterizada por Sophia Loren) y el alcoholismo y el vivir sin compromisos sociales (del guía: caracterizado por John Wayne), de la soledad y del desamor. Y condena la supuesta virtud extrema (del buscador de una ciudad, un tesoro perdidos y un padre “ejemplar” desaparecido: caracterizado por Rossano Brazzi), entre más enjuiciable como la ambición, la codicia, el deseo desmedido, el oportunismo... La película (en general no suficientemente valorada) está dirigida por el excepcional Henry Hathaway (EE.UU.: 1898/1985) que, especializado en oestes, rodó esta historia de aventuras: los exteriores en Libia y los interiores en Cinecittà Studios Roma, y fue una de las nueve colaboraciones con Wayne que intentaba probar que era un buen actor, y que resultó devorado en esta película por dos, ellos sí, grandes actores que además tenían, han tenido consigo y tendrán para siempre desde la pantalla, la extraordinaria riqueza gestual de la idiosincrasia italiana. Los rostros de la Loren y de Rossano en las escenas dramáticas son una enciclopedia de la expresividad frente a la inexpresividad habitual de un Wayne que en este film se esfuerza y en algunas secuencias algo logra en positivo y en otras vuelve a hacer el ridículo por su falta de auténtico talento. El desierto, otro protagonista inconmensurable, y sus habitantes, muestran sus esplendores emulando con los esplendores de unas ruinas romanas hermosísimas en conjunto y en detalles. El desierto: arenas de muerte y/o de redención. El amor es redención. El amor de a dos puede redimir y dar otra oportunidad a cada uno desde sí y desde la pareja.


[1] Arenas de muerte (Legend of the Lost, EE.UU., United Artists, 1957, 109 minutos, color). Dirección: Henry Hathaway. Guión: Roberto Presnell, Ben Hecht. Protagonistas: John Wayne, Sophia Loren, Rossano Brazzi. Fotografía: Jack Cardiff. Música: A. F. Lavagnino. En España puede conseguirse en DVD.

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EL AMOR ES UN ROMPECABEZAAS

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

En los últimos años he ido reservando sin verlos los DVD de películas que sé duras. Ahora de pronto he visto en un mismo día dos filmes para mí inéditos, los premiados y muy nominados: Lunas de hiel[1] (Bitter Moon en el original) y Happy Together[2] (Felices juntos, sería en castellano); toda una proeza visionarlos tan próximos porque, en efecto como proclaman los ecos desde sus estrenos, han resultado historias desoladoras. Una la he visto en un descanso del mediodía (había comenzado a trabajar muy temprano) y otra ya tarde en la noche. No podría afirmar que son películas sobre el amor tal y como yo he terminado por entenderlo, pero desde luego son filmes, como es conocido, sobre las relaciones de parejas (heterosexuales las de Lunas…; homosexual la de Happy…), el enamoramiento y el deseo, la pasión y el desamor. Nada más y nada menos que sus directores: los famosos Roman Polanski (a quien fílmicamente conozco desde hace décadas y a quien admiro, y definitivamente no admiro porque me es imposible obviar…) y Wong Kar Wai (cuya filmografía desconozco, pero que buscaré en el futuro próximo), y los resultados en mi criterio: casi obras cumbres, en especial Happy Togheter. Películas para ver a solas, y en ningún caso para propiciar que las vea la propia pareja si puede evitarse. “¿Cómo se puede escribir algo así?”, dirán unos cuantos. “Experiencia de vida.”, responderé cuando me lo expresen. Las historias tan escabrosas como éstas, si hay que verlas por formación o por profesión o por cualquier otra razón válida, mejor a solas, y no recomendarlas en absoluto a la pareja en amor. En general no cuento argumentos (y obvio que no revelo desenlaces), por lo que me limito a afirmar que en los dos casos se trata de historias de ni contigo ni sin ti (razón también por las que las uno en un mismo comentario). Historias por tanto desgraciadas, y una desgracia cada una en sí para sus protagonistas. Y por supuesto, cómo no, aprovecho este espacio y vuelvo a condenar los círculos viciosos en las relaciones. Porque de eso se trata aquí, en este espacio de la Red, de hablar de las relaciones humanas, de las más significativas. Happy Togheter culmina haciendo una concesión malabarística a la esperanza, pero no hay que engañarse con el final de Lunas… donde si se tratara de la vida real no habría modo de remontar con calidad la relación, ésa que parece sobrevivir, que no quedar viva. Un trabajo impecable, insuperable el de los actores chinos (descomunal el desaparecido por suicidio Leslie Cheung, recordarlo en Adiós a mi concubina, entre más); y un trabajo de excelencias el de Peter Coyote y Emmanuelle Segnier, y (con menos apariciones) el de Kristin Scott Thomas, que no el de Hugh Grant haciendo otra vez de sí mismo cuando él es… voy a abstenerme de calificar (en recuerdo de lo mucho que me gustan algunas de las películas en que participa: Cuatro bodas y un funeral y Notting Hill –no pretendo ser exquisito–, por ejemplo). Pero si bien se trata de grandes trabajos de Coyote y Segnier (qué actores con presencias cinematográficas tan desagradables, tanto que me es imposible no referir esto), la única del todo grande en ese reparto es la Scott Thomas. Happy Together tiene componentes de solidaridad que conmueven, mientras que Lunas… es la antología de la deformación y degradación humanas. Y es que Lunas… se ocupa de la degradación en la relación de la pareja, que no del amor. Lunas… es la metáfora y el testimonio de que todo el mal regresa a completar su círculo infinito de nunca acabar. Y uno de sus mensajes, o de las conclusiones posibles desde cada quien, es que no hay que descender las pendientes de los abismos. Porque no pueden subirse. Son pendientes con un único sentido que se dirige inexorablemente hacia cavernas de lo más oscuro. Hay que descontaminar las relaciones amorosas de las deformaciones que el insuficiente, complejo y en mucho aún retorcido desarrollo humano va dejando dentro casi de cada ser. De eso trata Lunas de hiel, de maldad y de contaminación desintegradora, unas que repugnan y entenebrecen como la película. En cuanto al amor: El amor es un rompecabezas que sólo arma y desarma el amor.

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[1] Lunas de hiel (Bitter Moon, Francia, 1992, color, 139 minutos). Director: Roman Polanski. Guionistas: Gérard Brach, Roman Polanski, John Brownjohn sobre novela de Pascal Bruckner. Con: Peter Coyote, Emmanuelle Seigner, Hugh Grant, Kristin Scott Thomas, en los papeles principales; y con Victor Banerjee, Sophie Patel, Patrick Albenque… Fotografía: Tonino Delli Colli. Música: Vangelis. Drama erótico: Película de culto.

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[2] Happy Togheter (Cheun gwong tsa sit / Felices juntos, Hong Kong, 1997, 98 minutos) Director y guionista: Wong Kar-Wai. Con: Leslie Cheung, Tony Leung Chiu Wai, Chang Chen. Fotografía: Christopher Doyle. Música: Danny Chung. Amor, drama homosexual: Película de culto. Premio al Mejor Director: Cannes 1997.

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EL AMOR NO ES UN HUECO

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)
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“¿Quién es uno para juzgar?” es una de esas frases que unos días puedo aceptar y, otros días, no. “¿Quién?” Un ser humano. ¿Y si no se trata de juzgar? ¿O si no se trata sólo de juzgar? De juzgar, que implica dictar una u otra sentencia. Si lo que se hace, si lo que procede, es valorar y opinar, sin ser el otro y sin haber casi siempre estado físicamente allí. Y si se trata de partir de normas éticas, de conductas en correspondencia con lo mejor de la condición humana, al examinar, evaluar, considerar, concluir, desde el que uno es y desea ser. Me referiré a una película de un director (y actor, escritor, músico, puede que genio) que dejó de gustarme, al que no he podido no juzgar. Un juicio que permanece (lo que es otro tema). Me referiré a un aspecto, sobre todo, de Vicky Cristina Barcelona(1), una película que, por cierto, no me pareció lograda –como tampoco a la mayoría de los espectadores–. Antes, llamar la atención sobre que Penélope Cruz –que en más de una ocasión ha sido una gran actriz en filmes donde me ha deslumbrado como aquel italiano...– se devoró con su caracterización a las otras dos actrices principales y, de paso, a todos los actores, incluido el Javier Bardem de esta historia –gran actor en otras–. En Vicky Cristina Barcelona, en términos de relaciones de pareja, el “ni contigo ni sin ti” de los personajes de los dos pintores –que no son los protagonistas–, caracterizados por Javier y Penélope, más allá de lo desaconsejable y destructivo de su círculo vicioso en términos de relación de pareja; el “ni contigo ni sin ti” tiene una cuota determinante de conmovedora solidaridad y de conmovedora comunicación. Y para detectar esa humanidad, para añadir o considerar ese lente y lo que extrapolado condena –triunfo de lo bueno que pareciera queda de lo genial–, habría que ver la película. El amor no es un hueco sin contornos.
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(1). Vicky Cristina Barcelona (EE.UU., 2008, 96 minutos, color). Director y guionista: Woody Allen. Con: Scarlett Johansson, Rebecca Hall, Penélope Cruz, Javier Bardem. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Diversos premios, para Penélope Cruz, como actriz de reparto: Oscar, Goya, BAFTA, Asociación de Críticos de Los Ángeles.
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SI SE AMA LOS CELOS DEBEN ESTAR SOMETIDOS A LA RAZÓN Y NO A LA VISCERALIDAD

Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)

 

Elegí ver Blues harp[1] (armónica de blues) porque, entre varias razones, era una película de yakuzas, más bien por ser un thriller, y uno japonés, también de modo determinante por tratarse de una versión original subtitulada en castellano: Resultó ser mucho más.

No conocía (o cuando menos no reconociblemente) algo del director, Takashi Miike (de profusa filmografía y muy controvertido, una de sus creaciones Premio del Público Sitges 2010), que realizó Blues harp en 1997 (está catalogada como de 1998). Tengo especial predilección por el cine de gansgters japonés después del norteamericano al que muchas veces no tiene algo que envidiar o sobrepasa por sus fuertes implicaciones sociales. Desde luego una filmografía mejor en este género que la de casi todos los otros países y comparable en niveles, por ejemplo, a la francesa, aunque por supuesto muy diferente a todas las similares de Occidente.

Relato con frecuencia que en los años sesenta, durante mi adolescencia, en Camagüey, el cine teatro Principal (hoy el teatro de la ciudad) exhibió durante una semana una selección de filmes japoneses de gangsters, de sobresaliente calidad, y que tuvo el atractivo para mí de que, no teniendo dinero para ir (escapándome de las clases nocturnas probablemente secundarias) cada noche al patio de butacas, subí por primera vez a la galería, un tercer piso empinadísimo y del que se contaban todo tipo de historias por la ciudad (y que yo encontré sólo emocionante porque si resbalabas, dado el pronunciado declive, podías terminar incrustado en alguna butaca de la platea; lo que constituyó una cierta decepción).

Desde ese ciclo el cine japonés, cinematografía que puede que ya conociera por películas de samuráis, por algunos de los grandes clásicos, ha sido uno que me ha atraído de manera poderosa. Ya de antes recordaba actrices del cine japonés en el cine norteamericano o en el inglés; como Machiko Kyo por la publicidad de La casa de té de la Luna de Agosto[2] (EE.UU., 1956) y, con anterioridad, de ese monumento cinematográfico que es Rashomon[3] (Japón, 1950) donde se muestra poderosa, y que nacida en 1924 pareciera hoy, en este 2011, aún sigue activa teatralmente o hasta no hace demasiado; y la encantadora Yoko Tani (de ascendencia japonesa y en realidad nacida en Francia: París, 1928/1999) de El viento no sabe leer[4] (Gran Bretaña, 1958).

Después de ver Blues harp, buscando, he encontrado en film affinity: “Género: Drama. Thriller. / Crimen. Yakuza & Triada.” “Sinopsis: Un ambicioso yakuza llamado Kenji que ha recibido una paliza por parte de un grupo mafioso rival, es ayudado por Chuji, un joven camarero de un bar musical, que despista a sus perseguidores, le cura las heridas y lo esconde en su casa. Pese a que Chuji también se dedica a vender la droga que los enemigos de Kenji le suministran, nacerá entre ambos un fuerte vínculo y Kenji sentirá por él algo más que amistad.” En verdad se trata sólo de la sipnosis del comienzo de la película, y no menciona al personaje de la muchacha, Tokiko (con un trabajo muy convicente de Saori Sekino), que es quien de hecho cura a Kenji (un imponderable Seiichi Tanabe, no extraña que sea un actor premiado dentro de su país), y que se convierte, ella, en la pareja de Chuji (espléndido Hiroyuki Ikeuchi), historia de amor, algo a trompicones, que permite a éste encontrar su lugar en el mundo. No es la única historia relacionada con el amor o con la pasión o con el sexo o con todo a la vez de este film que está lleno de sub-tramas. Los sentimientos de Kenji hacia Chuji, unos que lo llevan a arriesgarlo todo, por ejemplo, recorren la película. Soterrados, transgrediendo los propios límites de Kenji. Desconcertando a Chuji, inquietándolo. Del mismo modo que Kenji transgrede otros límites, quizás menos conscientes, al acostarse con la amante de su jefe, del mafioso Hanamura, en búsqueda de quedarse con su organización criminal. De las mejores escenas de la película, y lo excelso es numeroso, ésa del baño en que Kenji se lava ferozmente los dientes y se ducha con igual ferocidad para quitarse de encima las huellas de la bellísima mujer (lástima no poder precisar el nombre de la actriz) con la que acaba de hacer el acto sexual, momento que la mujer presencia al entrar en el baño porque sangra al menstruar. De lo mejor también las varias escenas musicales, y la música de la armónica. Los ritmos cinematográficos. Las actuaciones todas.

He elegido Blues harp en especial para referirme a los celos en las relaciones humanas. Los celos de un personaje secundario que hace de guardaespaldas de Kenji (quizás su hermano, de tortuosos sentimientos no del todo definidos) son el resorte trágico que convertiría a la historia en trágica si el personaje principal fuera el yakuza de baja escala y no el camarero devenido en músico. Porque la historia dentro de lo dramático es un melodrama dado que el género lo define el personaje principal: Chuji, y éste tiene una salida final en positivo. Los celos son de los sentimientos humanos más negativos, han marcado la historia del desarrollo humano, tienen desde siempre una presencia extraordinaria en lo íntimo, en lo personal, en lo social, en lo público. Y si bien es casi imposible, o absolutamente imposible hasta la actualidad, no sentirlos si se ama, deben estar sometidos a la razón y no a la visceralidad, férreamente controlados desde una conciencia solidaria que priorice al otro de la pareja y que no impida las armonías más bienhechoras. El amor no es definición de canes amaestrados.

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[1] Blues harp (Japón, 1998, 107 minutos, color). Director: Takashi Miike. Guionista: Toshihiko Matsuo, Toshiyuki Morioka. Protagonista: Hiroyuki Ikeuchi. Coprotagonista: Seiichi Tanabe (la mejor actuación de la película). Destaca: Saori Sekino. Fotografía: Hideo Yamamoto. Música: Atsushi Okuno (que también aparece en la película).

[2] La casa de té de la Luna de Agosto (The Teahouse of the August Moon, EE.UU., Metro Goldwyn Mayer, 1956, 123 minutos, color). Director: Daniel Mann. Guionista: John Patrick (de su obra teatral). Protagonistas: Marlon Brando, Glenn Ford, Machiko Kyo. Fotografía: John Alton. Música: Saul Chaplin.

[3] Rashomon (Japón, 1950, 83 minutos, blanco y negro). Director: Akira Kurosawa. Guionistas: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto. Protagonistas: Toshiro Mifune, Masayuki Mori, Machiko Kyo. Fotografía: Kazuo Miyagawa. Música: Fumio Hayasaka. Oscar a la mejor película de habla no inglesa 1951, León de Oro de Venecia, 1951, entre más. Obra maestra. Película de culto.

[4] El viento no sabe leer (The Wind Cannon Read, Reino Unido, Rank Organisation, 1958, 115 minutos, color). Director: Rhalp Thomas. Guionista: Richard Mason (de su novela). Protagonistas: Dirk Bogarde, Yoko Tani. Fotografía: Ernest Steward. Música: Angelo Francesco Lavagnino.

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